Querido abuelo:
Soy tu nieta, la única que tienes. Sé que te extrañarás mucho al abrir esta carta, que nuestra relación es demasiado fría como para dejarse llevar a través de correspondencia. Solo quiero decirte algo que he guardado siempre dentro del pecho y que quiero que sepas. Eres un gran abuelo. Las ocasiones que te he visto han sido contadas, y sé perfectamente que he crecido muy lejos de ti. Sé que no estabas el día de mi bautizo, no estabas ninguna vez de las diecisiete ocasiones en las que he cumplido años, ni cuando estaba triste, ni cuando festejaba mis triunfos. No estabas cuando necesitaba alguna figura familiar en mi vida. Cuando quería escuchar historias de tiempos más remotos a mi época. Y ahora estás un poco lejos de aquí. Me gustaría verte más a menudo, pero apenas consigo verte dos o tres veces al año y por poco tiempo. Es triste, lo sé, pero aunque no sea posible, me gustaría tanto como a ti, que estuvieras en casa, con los tuyos.
Tu vida ha sido una vida muy agitada y difícil, y te han acusado por el miedo de que seas distinto a los demás. Muchos te han llamado loco, cosa que nunca entenderé y jamás consentiré porque para mí las personas locas son las que hacen cosas indebidas siendo conscientes de ellas. Y tú no eres un loco. Eres mi abuelo y punto. Pero yo nunca he tenido miedo, ni tu hija tampoco, siempre hemos confiado en que tú nunca nos harías daño y te hemos dado todo cuanto podemos. Habrá gente que no lo quiera ver, pero yo si veo la realidad y sé que la mala suerte se cruzó por tu vida y te dejó preso. Desde pequeña siempre han querido protegerme, pero yo siempre he considerado que era una tontería tenerme alejada de mi ABUELO. Simplemente son cosas de la vida. Yo no te aprecio por lástima ni por compasión, sino por lo que fuiste un tiempo y lo que conseguiste crear. Has creado una familia que se mantiene bien. Pero no por eso te admiro, lo hago por esa creatividad reflejada en cuadros que me regalaste, por esos ojos tan humildes que persisten en tu mirada y porque un día, sé que muchos también te admiraron por tu labor. Y para mí, aunque no te conociera por aquella época, siento que fue así.
Por eso, aunque estés débil y olvidadizo, quiero decirte que soy tu nieta, que siempre lo he sido. Cuando te veo, tus ojos brillan de felicidad, porque te hace feliz ver que tu hija ha conseguido seguir adelante. Y tú también debes de seguir adelante. Has tenido mala suerte y yo jamás te culparé por nada, ni tu hija. También te voy a decir que tu hija te quiere mucho, que nunca ha dejado de quererte, y que gracias a ella ahora estás bien cuidado aunque estés lejos de aquí. Y he de confesarte que, las pocas veces que te he visto, en tu mirada he encontrado una mirada llena de ternura y amor, una verdadera mirada que un abuelo le dedica a su nieta. Estoy orgullosa de ser tu nieta, y no me avergüenza, al contrario, me hace sentir dichosa. Te quiero, abuelo.
Tu nieta.
Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?
jueves, 23 de septiembre de 2010
viernes, 17 de septiembre de 2010
Otoño
Otoño, otoño,
¿qué me traen tus hojas secas?
Las calles huelen a nostalgia,
Los transeúntes pasean melancolía,
Los amantes lloran por el amor sin valentía.
Los parques se tiñen de marrón,
Los patos se van en un filón
A lagos de permanente sol.
Verano, verano,
¿por qué te vas tan rápido?
Dejas a miles de turistas
con la cartera vacía.
Y a miles de niños
Con un manto de aire frío.
El agua se congela
Y las flores mueren
En una candela
De nueva espera.
Otoño, otoño,
¿qué esperas de nosotros?
Inundas la sensación de cambio.
Ofreces metas y frustración a los más caídos.
Verano, verano,
¡vuelve pronto!
El invierno llegará pronto,
Y el blanco llegará pronto
Tanto al campo
Como a los corazones rotos.
Pero la alegría volverá,
Y el amor resurgirá
Con los primeros brotes
De felicidad.
¿qué me traen tus hojas secas?
Las calles huelen a nostalgia,
Los transeúntes pasean melancolía,
Los amantes lloran por el amor sin valentía.
Los parques se tiñen de marrón,
Los patos se van en un filón
A lagos de permanente sol.
Verano, verano,
¿por qué te vas tan rápido?
Dejas a miles de turistas
con la cartera vacía.
Y a miles de niños
Con un manto de aire frío.
El agua se congela
Y las flores mueren
En una candela
De nueva espera.
Otoño, otoño,
¿qué esperas de nosotros?
Inundas la sensación de cambio.
Ofreces metas y frustración a los más caídos.
Verano, verano,
¡vuelve pronto!
El invierno llegará pronto,
Y el blanco llegará pronto
Tanto al campo
Como a los corazones rotos.
Pero la alegría volverá,
Y el amor resurgirá
Con los primeros brotes
De felicidad.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
¿Cuántas estrellas hay en el cielo? ¿Un millón, dos millones o infinitas? ¿Y a quién le importa? ¿No es más hermoso contemplarlas sin más? ¿Dejarse llevar por la magia de la noche?
Y ahí estaba yo, tendida en el suelo sonriéndole a la noche. Era realmente consciente de que diminutas piedras se me clavaban en las costillas y que mi cuerpo era carne fresca y débil para miles de insectos. Aquel lugar me invitaba a abandonarlo, y lo sabía muy bien, pero aunque en mi piel quedaran las secuelas encendidas de aquella noche, que ya las estaba empezando a sentir, lo habría vuelto a hacer. Ahí estaba yo, con los ojos bien abiertos, tratando de ver entre los nublos las verdaderas estrellas de aquella velada.
Tiradas con una manta que nos cubría, nos acurrucamos tiritando una abrazada a la otra. El canto de los grillos y el aire fresco de la madrugada me hacía pensar en aquella vida tan simple y sana que pocos conocen. Levanté la mirada y estudié aquel artificial amanecer de la capital que nos robaba un pedazo de cielo que debería brillar y alumbrarnos con su luz oscura y platina. “Estamos tan cerca y a la vez tan lejos”, pensé con tristeza. Pero, ¿quién era yo para decir lo que es el cielo? ¿Lo que es el campo verde?
Pues nadie. Sólo me limitaba a sentirme agradecida y cómoda en ese mundo, cuando no sabía nada. No sabía la mitad de las cosas que sabía ella. Me encogí en sus brazos reconociendo aquella verdad. Sus manos eran fuertes además de la fuerza que emanaba su propio corazón, yo simplemente tenía unas piernas débiles y una mente propicia a olvidar y a desconocer de lo que la vida me ofrece. Era más novata e inculta que ella y lo sabía. Me atormentaba pensar en las preguntas que sacudían mi cabeza cada vez que ella me explicaba lo más simple de su trabajo. ¿Y yo qué le podía ofrecer? Era tan pequeña bajo esa manta de estrellas…
Buscamos la forma de algunos nubarrones hasta que unas gotas de lluvia trataron de amenazarnos. Nos cubrimos más con la manta resistiéndonos a marcharnos. Las gotas se disiparon al instante. Y unas nubes se separaron para enseñarnos lo que esperábamos tomar prestado del cielo: su misterio embriagador.
Vimos aquella estrella deslumbrante y grande con respecto a las demás. Se movía con lentitud y se escondía entre los nublos, pero, aún así, su brillo la dejaba en evidencia. La observamos como dos iguales, como dos entusiastas, como dos desconocidas de lo nuestro. Y contuve el aliento para descubrir que la belleza no se entendía, que no hacía falta conocer para admirar algo que te gusta. Y nos sentimos pequeñas ante esa inmensidad, y fui consciente de que estaba bien hacerlo, porque por muchas decepciones que tengas, por mucho que estudies, nunca dejarás de sorprenderte por las pequeñas cosas de cada día, como la luna y las estrellas; siempre acompañándonos y convirtiéndose en sueños cada anochecer. Y supe en ese momento que nunca era tarde para empezar a interesarse por la vida.
“Estaría bien que pudiéramos ver todo el cielo con nuestros ojos”,murmuró con una chispa de inocencia en su monótona voz. Ladeé la cabeza y miré las estrellas una vez más pensando que estaba bien así, que si lo viéramos todo, destruiríamos parte de esa magia.
Con los ojos clavados en el cielo, rogué por que el tiempo se detuviera y que aquella noche no quedara en un recuerdo aislado. Que siempre estuviera presente en mi corazón, intacta, como si siempre estuviera allí, viéndolas. De esos momentos en los que temes que llegue el día siguiente y el hechizo se rompa. Sin embargo, cambié de opinión y pensé que podría convertirse en un recuerdo simple y bello, de esos que no se rememoran en fotos, de esos que mencionas desde el corazón.
Y aunque mi cuerpo fuera débil y víctima del campo, me sentí totalmente completa y comprobé cómo esas pequeñas cosas de la vida eran las que más te hacían crecer y descubrir. Me sentí satisfecha y, entre sus brazos le di las gracias. Las gracias por comprender y escuchar mis dudas y por enseñarme el resplandor de una parte de su vida.
Y ahí estaba yo, tendida en el suelo sonriéndole a la noche. Era realmente consciente de que diminutas piedras se me clavaban en las costillas y que mi cuerpo era carne fresca y débil para miles de insectos. Aquel lugar me invitaba a abandonarlo, y lo sabía muy bien, pero aunque en mi piel quedaran las secuelas encendidas de aquella noche, que ya las estaba empezando a sentir, lo habría vuelto a hacer. Ahí estaba yo, con los ojos bien abiertos, tratando de ver entre los nublos las verdaderas estrellas de aquella velada.
Tiradas con una manta que nos cubría, nos acurrucamos tiritando una abrazada a la otra. El canto de los grillos y el aire fresco de la madrugada me hacía pensar en aquella vida tan simple y sana que pocos conocen. Levanté la mirada y estudié aquel artificial amanecer de la capital que nos robaba un pedazo de cielo que debería brillar y alumbrarnos con su luz oscura y platina. “Estamos tan cerca y a la vez tan lejos”, pensé con tristeza. Pero, ¿quién era yo para decir lo que es el cielo? ¿Lo que es el campo verde?
Pues nadie. Sólo me limitaba a sentirme agradecida y cómoda en ese mundo, cuando no sabía nada. No sabía la mitad de las cosas que sabía ella. Me encogí en sus brazos reconociendo aquella verdad. Sus manos eran fuertes además de la fuerza que emanaba su propio corazón, yo simplemente tenía unas piernas débiles y una mente propicia a olvidar y a desconocer de lo que la vida me ofrece. Era más novata e inculta que ella y lo sabía. Me atormentaba pensar en las preguntas que sacudían mi cabeza cada vez que ella me explicaba lo más simple de su trabajo. ¿Y yo qué le podía ofrecer? Era tan pequeña bajo esa manta de estrellas…
Buscamos la forma de algunos nubarrones hasta que unas gotas de lluvia trataron de amenazarnos. Nos cubrimos más con la manta resistiéndonos a marcharnos. Las gotas se disiparon al instante. Y unas nubes se separaron para enseñarnos lo que esperábamos tomar prestado del cielo: su misterio embriagador.
Vimos aquella estrella deslumbrante y grande con respecto a las demás. Se movía con lentitud y se escondía entre los nublos, pero, aún así, su brillo la dejaba en evidencia. La observamos como dos iguales, como dos entusiastas, como dos desconocidas de lo nuestro. Y contuve el aliento para descubrir que la belleza no se entendía, que no hacía falta conocer para admirar algo que te gusta. Y nos sentimos pequeñas ante esa inmensidad, y fui consciente de que estaba bien hacerlo, porque por muchas decepciones que tengas, por mucho que estudies, nunca dejarás de sorprenderte por las pequeñas cosas de cada día, como la luna y las estrellas; siempre acompañándonos y convirtiéndose en sueños cada anochecer. Y supe en ese momento que nunca era tarde para empezar a interesarse por la vida.
“Estaría bien que pudiéramos ver todo el cielo con nuestros ojos”,murmuró con una chispa de inocencia en su monótona voz. Ladeé la cabeza y miré las estrellas una vez más pensando que estaba bien así, que si lo viéramos todo, destruiríamos parte de esa magia.
Con los ojos clavados en el cielo, rogué por que el tiempo se detuviera y que aquella noche no quedara en un recuerdo aislado. Que siempre estuviera presente en mi corazón, intacta, como si siempre estuviera allí, viéndolas. De esos momentos en los que temes que llegue el día siguiente y el hechizo se rompa. Sin embargo, cambié de opinión y pensé que podría convertirse en un recuerdo simple y bello, de esos que no se rememoran en fotos, de esos que mencionas desde el corazón.
Y aunque mi cuerpo fuera débil y víctima del campo, me sentí totalmente completa y comprobé cómo esas pequeñas cosas de la vida eran las que más te hacían crecer y descubrir. Me sentí satisfecha y, entre sus brazos le di las gracias. Las gracias por comprender y escuchar mis dudas y por enseñarme el resplandor de una parte de su vida.
jueves, 9 de septiembre de 2010
El mundo de los sueños eternos
La historia que voy a contar hoy no es la típica historia de amor entre doncella y caballero. Es la historia de un amor joven, osado y fresco. Esta historia, la que os voy a relatar, trata del amor apasionado y tímido que sufría un poeta contemporáneo, gran amigo mío, de mozo, por la belleza y soberbia de la nueva prometida del hermanastro que tanto odiaba. Mi amigo, el poeta, hijo de un célebre escritor, comenzó a escribir en una carta frustrada todos los pensamientos y dulzuras que se le antojaban al admirarla. El poeta, ya hombre, separado y vagando por un tiempo por los rincones de España buscando historias como esta, volvió a verla ya mujer y señora de su hermanastro, pero tan joven como la última vez que se encontraron. Dolido por el recuerdo y por el insufrible presente, le entregó antes de su marcha la carta totalmente terminada, dejándole claro su amor. Así decía:
Tu belleza resplandece ante los muertos vivientes como ángel que eres bajado del cielo. El azabache de tus ojos juguetea con hipnotizar veteranos marineros perdidos en las tinieblas de tu corazón. Y tus labios, ¡oh tus labios!, son la miel fresca que todo un enjambre de abejas anhela. Mas no hagas caso de las otras obreras, coge mi alma y te llevaré a la colmena más amplia y limpia. Prueba con el roce de tu delicado paladar el panal que más se te antoje, pues ése será el que prepare para mi doncella.
Y ahora, dejando las abejas, te suplico que me conviertas en tu esclavo, ¡hazlo por favor!, y me emborraches con tu dulce veneno. Te ruego que me pegues, que me maltrates, que sufra por ti, sí, porque estoy seguro de que nunca será mayor que el sufrimiento que cargo ahora al ver en tu frágil cintura las manos robustas y sucias de otro.
¡Qué más da el otro! Si la sangre no compartimos, no compartiremos el amor. Y él no te quiere, no te trata como yo lo haría, y tu encanto no debe de estar encerrado en casa; debe de salir a conocer el mundo. Lucharía con el otro si mi honra no cayera en picado. ¡Vente, vente conmigo y te enseñaré las primaveras que tu cegaste! Deja al ogro y vente con el pobre labrador que te dará los mejores frutos de sus tierras.
Y por último, te pido, te ruego, te suplico, que me ames. Sé piadosa y ama a esta alma herida por un amor no correspondido. ¿Es que no está bien? ¿No está bien que me ames? ¿Es pecado? Yo cometería pecado una y mil veces sólo con merecer tu sonrisa y tus labios por una noche. Y sí, lo confirmo, soy pecador, ¿y qué? ¿Acaso tú me maldecirás con tu don divino? Porque si es así, castígame con tu ira y envíame al infierno, pero hazlo tú. No me importa lo que ponga en el fuego si son tus labios los que están en juego.
Hasta hoy no me he podido quitar de la cabeza el recuerdo de tu cuerpo fértil y fuerte merodeando por mis sueños. Cada noche pienso en llevarte a lomos de mi caballo y escapar juntos a la tierra prometida. Y convertirte en mi esposa. Y ser tuyo. Pero hoy me he dado cuenta de que los sueños sólo se quedan en sueños y tu dedo presume de una nueva alianza. La hinchazón de tu vientre me ha demostrado que ya es tarde. Ya es tarde para enamorarse, para inventar y para creer. Ya es tarde para amarte, ya es tarde para que aceptes mis súplicas y nos escapemos juntos, lo es.
Me da lástima pensar que tú ya has desperdiciado tu vida sin ver el sol que te prometí con tanto sosiego. Perdón, quizás tú solo hayas construido los muros de ella, al contrario que yo. De tantos castillos que hice, la mitad se han derrumbado y me he quedado solo y sin una compañera que comparta mi soledad. No tengo nada. Así que me iré cabalgando y moriré con el orgullo de haber acariciado tu cuerpo en sueños.
Te amaré cuando huya, cuando muera y cuando despierte de nuevo en tus brazos. Simplemente, te amaré como siempre lo he hecho.
La joven, en cuanto leyó esta nota, corrió a buscarlo por el pueblo sin suerte. Deseaba explicarle que lo había esperado para escapar, que nunca había dudado de él y que su amor era correspondido. Pero, días después, descubrió bañada en lágrimas, que él había partido hacia el lugar que le había prometido, hacia el mundo de los sueños eternos. Aquel mundo al que ella algún día iría y diría lo que siempre calló. Así que enterró su cuerpo inerte y se escapó con su hijo a descubrir todos aquellos parajes que prometió a aquel pobre enamorado que dejó todo un mundo por su amor.
Tu belleza resplandece ante los muertos vivientes como ángel que eres bajado del cielo. El azabache de tus ojos juguetea con hipnotizar veteranos marineros perdidos en las tinieblas de tu corazón. Y tus labios, ¡oh tus labios!, son la miel fresca que todo un enjambre de abejas anhela. Mas no hagas caso de las otras obreras, coge mi alma y te llevaré a la colmena más amplia y limpia. Prueba con el roce de tu delicado paladar el panal que más se te antoje, pues ése será el que prepare para mi doncella.
Y ahora, dejando las abejas, te suplico que me conviertas en tu esclavo, ¡hazlo por favor!, y me emborraches con tu dulce veneno. Te ruego que me pegues, que me maltrates, que sufra por ti, sí, porque estoy seguro de que nunca será mayor que el sufrimiento que cargo ahora al ver en tu frágil cintura las manos robustas y sucias de otro.
¡Qué más da el otro! Si la sangre no compartimos, no compartiremos el amor. Y él no te quiere, no te trata como yo lo haría, y tu encanto no debe de estar encerrado en casa; debe de salir a conocer el mundo. Lucharía con el otro si mi honra no cayera en picado. ¡Vente, vente conmigo y te enseñaré las primaveras que tu cegaste! Deja al ogro y vente con el pobre labrador que te dará los mejores frutos de sus tierras.
Y por último, te pido, te ruego, te suplico, que me ames. Sé piadosa y ama a esta alma herida por un amor no correspondido. ¿Es que no está bien? ¿No está bien que me ames? ¿Es pecado? Yo cometería pecado una y mil veces sólo con merecer tu sonrisa y tus labios por una noche. Y sí, lo confirmo, soy pecador, ¿y qué? ¿Acaso tú me maldecirás con tu don divino? Porque si es así, castígame con tu ira y envíame al infierno, pero hazlo tú. No me importa lo que ponga en el fuego si son tus labios los que están en juego.
Hasta hoy no me he podido quitar de la cabeza el recuerdo de tu cuerpo fértil y fuerte merodeando por mis sueños. Cada noche pienso en llevarte a lomos de mi caballo y escapar juntos a la tierra prometida. Y convertirte en mi esposa. Y ser tuyo. Pero hoy me he dado cuenta de que los sueños sólo se quedan en sueños y tu dedo presume de una nueva alianza. La hinchazón de tu vientre me ha demostrado que ya es tarde. Ya es tarde para enamorarse, para inventar y para creer. Ya es tarde para amarte, ya es tarde para que aceptes mis súplicas y nos escapemos juntos, lo es.
Me da lástima pensar que tú ya has desperdiciado tu vida sin ver el sol que te prometí con tanto sosiego. Perdón, quizás tú solo hayas construido los muros de ella, al contrario que yo. De tantos castillos que hice, la mitad se han derrumbado y me he quedado solo y sin una compañera que comparta mi soledad. No tengo nada. Así que me iré cabalgando y moriré con el orgullo de haber acariciado tu cuerpo en sueños.
Te amaré cuando huya, cuando muera y cuando despierte de nuevo en tus brazos. Simplemente, te amaré como siempre lo he hecho.
La joven, en cuanto leyó esta nota, corrió a buscarlo por el pueblo sin suerte. Deseaba explicarle que lo había esperado para escapar, que nunca había dudado de él y que su amor era correspondido. Pero, días después, descubrió bañada en lágrimas, que él había partido hacia el lugar que le había prometido, hacia el mundo de los sueños eternos. Aquel mundo al que ella algún día iría y diría lo que siempre calló. Así que enterró su cuerpo inerte y se escapó con su hijo a descubrir todos aquellos parajes que prometió a aquel pobre enamorado que dejó todo un mundo por su amor.
lunes, 6 de septiembre de 2010
¡Vive hoy!
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, quien no se atreve a cambiar el color de su vestimenta o bien no conversa con quien no conoce.
Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones, justamente estas que regresan el brillo a los ojos y restauran los corazones destrozados.
Muere lentamente quien no gira el volante cuando está infeliz con su trabajo o su amor, quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida, huir de los consejos sensatos.
¡Vive hoy!
¡Arriesga hoy!
¡Hazlo hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te impidas... ser feliz!
PABLO NERUDA
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, quien no se atreve a cambiar el color de su vestimenta o bien no conversa con quien no conoce.
Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones, justamente estas que regresan el brillo a los ojos y restauran los corazones destrozados.
Muere lentamente quien no gira el volante cuando está infeliz con su trabajo o su amor, quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida, huir de los consejos sensatos.
¡Vive hoy!
¡Arriesga hoy!
¡Hazlo hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te impidas... ser feliz!
PABLO NERUDA
viernes, 3 de septiembre de 2010
Saca la fiera que escondes
Tus ojos son frágiles como un cristal
Tu cuerpo es menudo y hermoso
Tu rostro engloba los colores de un coral
Niña fácil, ven a mí
Dame el sabor de tu frescura
Deja que pruebe la dulzura de tus labios
Hechízame con tus juegos de mujer
Disfruta de tu belleza,
Porque un día serán arrugas
Las que fundan tus carnes.
Aprovecha tu juventud
Y no derroches tu sabiduría
Con los más viejos.
Niña grácil, no juegues demasiado
O se burlarán de tu insensatez.
Deja de hipnotizar borrachos
Y deléitalos con tu brillantez.
No cierres tus labios tentadores
Y saca la fiera que escondes.
No dejes que te engañen,
Tú eres más que carne.
Abre la boca y enseña
Lo que tu cuerpo no puede darte.
Tu cuerpo es menudo y hermoso
Tu rostro engloba los colores de un coral
Niña fácil, ven a mí
Dame el sabor de tu frescura
Deja que pruebe la dulzura de tus labios
Hechízame con tus juegos de mujer
Disfruta de tu belleza,
Porque un día serán arrugas
Las que fundan tus carnes.
Aprovecha tu juventud
Y no derroches tu sabiduría
Con los más viejos.
Niña grácil, no juegues demasiado
O se burlarán de tu insensatez.
Deja de hipnotizar borrachos
Y deléitalos con tu brillantez.
No cierres tus labios tentadores
Y saca la fiera que escondes.
No dejes que te engañen,
Tú eres más que carne.
Abre la boca y enseña
Lo que tu cuerpo no puede darte.
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