Soy feliz.
Por mi calle ya no pasa tu coche. Ya no me sigues allá por
dónde voy. Ya no estoy en tu lista de contactos. Ni siquiera has intentado
volver a mi vida por octava vez.
Soy libre.
Me encanta que allá donde vaya no esté tu sombra
observándome. Ni tu coche en frente de mi ventana. Ni saludes a mis amigos. Adoro
que no preguntes por cómo estoy después de tantos golpes.
Vuelvo a sonreír.
Porque ya no pienso en si estarás celoso de verme con otro.
Ni me pregunto con quién estarás un sábado por la noche. Tampoco sé ya los
nuevos acontecimientos que te quitan el sueño por las noches porque afortunadamente
no te has preocupado de dejarme pistas.
Ojalá esto fuera para siempre. Ojalá no volvieras nunca más.
De verdad, lo juro, no vuelvas a escribirme de forma casual. No vuelvas a
aparecer por las calles fingiendo simpatía y cariño. No me sonrías. Ni se te
ocurra darme dos besos. Ni mucho menos invitarme a un café para ponernos al
día. Que sepas que en la despedida no dejaría ni loca que me besaras de nuevo.
Tampoco te cogeré el teléfono para que vuelvas a pasar horas hablándome de
política. No discutiré contigo nunca más porque ya no me interesa lo que dices.
No, no te plantes en la puerta de mi casa pidiendo que volvamos. No me digas
que me quieres. No me digas que me has echado de menos. No existe la
posibilidad de volver a empezar, te responderé fríamente.
Porque, en el caso de que todo eso ocurra, volvería a creer
en la magia de los sueños.