Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

martes, 30 de agosto de 2011

Tu sonrisa alegra mi corazón

                                    
que llora por no encontrar el amor.

¡Maldito destino!

¡Maldito momento!
Maldita la noche que me sonreíste,
La hora, en la que me miraste
Y, quién sabe, el minuto en el que me enamoraste.

La razón fría de mi realidad reza
Porque el sufrimiento sea leve
Y el castigo del desamor me lleve
A la realidad del verdadero amor,
Y no a la de una profunda pasión.

¡Maldito corazón!
Maldito mi corazón enfermo
Que de amor enfermó,
Mal que solo el tiempo y la razón
Lo podrán librar de cada palpitación.

¡Maldito destino!
Porque el mismo destino se encargó
De unir y separar dos corazones
En el maldito momento en el que me sonreíste.

viernes, 5 de agosto de 2011

Caricias de fuego -2-

-¿Se puede saber qué se nos ha perdido aquí?-murmuró Yolanda por enésima vez en el recibidor. Puse los ojos en blanco con hastío.
-Pues si no quieres venir, no vengas. Yo siempre estoy respetando vuestros hobbies y por una vez que os pido que me acompañéis a algo que realmente me gusta nada más entrar ya os estáis quejando. Así que allí tenéis la puerta-señalé la pesada y alta puerta de roble que daba salida a una de las calles principales del pueblo.
-Bueno, Sandra, tampoco es para que te pongas así. Eres nuestra amiga así que tendremos que “soportar” tus aficiones-hice un mohín ante el comentario de Yolanda a la vez que Pilar me pasaba la mano por la espalda. Suspiré resignada: no tenían remedio.
A pesar de convivir intranquila con los bostezos de mis mejores amigas, pude echar un vistazo rápido a los pocos cuadros que estaban expuestos en la galería. Un tomate partido por la mitad, un perro durmiendo junto su camada y un par de gallinas picoteando en el suelo. Esos y otros pocos más eran los bocetos a los que los aldeanos habían dedicado varios meses del año. Mientras estaba realizando mis propias apuestas para el primer premio (el dibujo del tomate me había dejado totalmente impresionada), Pilar bostezó aún más fuerte que Yolanda apoyando la cabeza en su hombro.
-¿Y dónde está el arte?-refunfuñó Yolanda estudiando los cuadros. Inspiré hondo para calmarme.
-Muchas personas han dedicado mucho de su tiempo a este proyecto, así que ten un poco de respeto por ellos, solo te pido eso.
-Vale, vale. Perdona que no sea tan profunda y sentimental como tú-noté en su comentario varios acentos de burla. Di un resoplido y di media vuelta para ver más cuadros.
-Chicas, tranquilizaos. Siempre os estáis peleando por cualquier chorrada. Sandra, tú tienes que comprender que hay cosas que a nosotras no nos llaman tanto la atención como a ti y tú, Yolanda, podrías dejar de comportarte como una niña pequeña-Pilar siempre trataba de reconciliarnos y, como de costumbre, volvió a conseguirlo.
-Quizás no sea tan malo-concluyó Yolanda con la cabeza bien alta y nos adelantó con firmeza hasta que se detuvo en seco y volvió la mirada hacia nosotras-.Puede que hasta me guste-nos guiñó el ojo como siempre hacía cuando se le ocurría alguna travesura.
Con el entrecejo fruncido seguí su mirada asustada con lo que me podría sorprender ahora. Mi expresión se relajó al verlo. Un chico extremadamente atractivo se mostraba de brazos cruzados y aspecto serio ante un cuadro que aún no habíamos contemplado. Cuando me acordé de parpadear, pude fijarme en el embobamiento de mis amigas.
-¡Pero quién es ese tío!-susurró todavía sin apartar la mirada.
-Lo que es seguro es que no es de aquí, porque de ser así ya lo conoceríamos. Ese hombre no pasa desapercibido-repuso Pilar pensativa.
-Pues digo yo que habrá que conocerlo, ¿no?
Yolanda se adelantó hacia él con seguridad a la vez que Pilar y yo comentábamos la brillante opción de salir corriendo. Esta idea se nos hizo más tentadora cuando ella a su lado comenzó a llamarnos a la vez que se acercaban hacia nosotras. Una vez que estuvo a nuestra altura, pude contemplar el brillo de sus ojos miel.
-Sandra, te está mirando-murmuró a la altura de mi oído Pilar a la vez que me daba un codazo en las costillas. Reaccioné a tiempo.
-Ho-la, nosotras somos Sandra y Pilar.
Sonrió ante mi inoportuna tartamudez.
-Yo soy Miguel-tras darnos dos besos en la mejilla, comentó:-Me sorprende que unas chicas tan jóvenes como vosotras se interese en el arte.
-Bueno, a mi, especialmente, me ha apasionado el arte desde siempre. Ellas solo han venido a acompañarme-la mirada de odio de Pilar y yo fue suficiente para que cerrara su bocaza. Miguel levantó sus cejas rubias incrédulo ante nuestra reacción, algo que hizo que me pareciera más atractivo aún.
-Mmm… Pues yo pensaba lo contrario. He visto antes como… Sandra, ¿no?-me señaló con su largo índice-era la única que “de verdad” miraba la exposición.
-Bueno, es que yo ya estoy acostumbrada a infinitas exposiciones de mayor prestigio, así que de aquí no puedo aprender nada nuevo que yo ya conozca bien-en ese momento el único sentimiento que me invadió fue el de vergüenza ajena. Bajé la cabeza a la vez que colocaba mi mano con suavidad en mi frente.
-Es extraño, pero nunca he oído de los labios de un aficionado tal calamidad. Nunca dejamos de aprender las diferentes perspectivas que nos pueden mostrar los sentimientos impresos en un papel de una forma u otra-si ya no me había dejado asombrada, con ese comentario me hizo tocar las nubes ya que ¿cómo era posible encontrar a un hombre así en una galería de un pueblo tan desconocido?
El silencio de Yolanda confirmó la victoria de Miguel.
-Entonces, ¿estaríais dispuestas a acompañarme por la galería y enseñarme los rincones más recónditos del pueblo?-su sonrisa brillo como el mismo sol y me aportó una felicidad tan divina que la suerte llamó a mi puerta y dijo: “hoy es un gran día”.

Y así lo fue. Ese día y el resto de la semana resultaron ser la semana más mágica y maravillosa de todo el verano. Así fue como me enamoré de Miguel, un pintor novel, que había ido a la galería para presentar sus cuadros, bocetos que a mí me enseñaron un mundo nuevo y lleno de pasión. Aunque descubrí que la diferencia de edad era mayor de lo que pensaba, ya que él tenía 33 años y yo 18, eso no fue un impedimento para que cada día estuviéramos más unidos aún que el día anterior. Teníamos tantas cosas en común que no me podía creer que fuera verdad que existía el hombre perfecto para mí. Cuando al fin tuvimos que separarnos, no imaginé que lo iba a echar tanto de menos durante un año. Aunque lo conociera durante una simple y sencilla semana, fue una atracción tan profunda y magnética que me dejo herida durante todo el curso, con la débil esperanza de verlo nuevamente al año siguiente para no dejarlo escapar nunca más.

Y ahora, aquí sentada esperando a que Yolanda salga del quirófano (se ha partido el peroné de la pierna izquierda y se le ha torcido la muñeca), me dan ganas de echarme a llorar al pensar en lo estúpida que he sido al despedirme de Miguel a las puertas del hospital sin pedirle una cita formal, sin asegurarme que lo volveré a ver. Pilar, a mi lado, aturdida por pasar toda la noche en vela, sigue sin dar crédito a mi historia, y aunque se ha alegrado de mi felicidad, yo sé que a ella no le gusta que sea Miguel ese chico que me tiene encantada. Ella piensa que se trata de un mujeriego que solo quiere aprovecharse de mí. Ojalá algún día pueda hacerle cambiar de opinión.
Pilar se levantó y comenzó a deambular de un lado para otro del pasillo sin perder de vista su reloj de mano. Llevaban ya dos horas en el quirófano y no había salido nadie desde entonces, la impaciencia y el cansancio hacía estragos en todos, aunque se tratara de una simple operación por la dislocación de la rodilla.
De repente, Pilar se detuvo ante una ventana que daba a los aparcamientos y con una voz ronca murmuró:
-Sandra, te esperan ahí abajo-seguidamente se apartó de la ventana para que yo pudiera cerciorarme de quién se trataba. Ver su melena dorada por el sol mientras se fumaba un pitillo junto a su coche, fue suficiente para que el dolor de mi pecho remitiera aliviado.