Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?
Mostrando entradas con la etiqueta Relatos breves. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relatos breves. Mostrar todas las entradas

martes, 14 de febrero de 2012

¡Feliz día a los enamorados!

Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso.
Honoré de Balzac (1799-1850) Escritor francés.

Queridísimo sueño mío:

“Es curioso cómo una sola persona pueda influir tanto en tu existencia y cómo te puede hacer perder el tiempo cuando cada segundo nos acerca más a una muerte inevitable. Es curioso que, a nivel biológico, existan tantos individuos para procrear pero nuestro corazón vanidoso solo se encapriche por solo uno de ellos olvidando por completo al resto. Incluso, me parece interesante que solo basten unos minutos para recibir la famosa oleada de sentimientos que rápidamente se acomodan y fluyen por tu cuerpo sin dejar un poro indiferente, convirtiéndote sobre la marcha en esa persona tímida, susceptible y sorprendentemente idiota que tanto has odiado ser. Y, obviamente, no puedes hacer nada, en el momento en el que comienzas a suspirar por su figura sabes al instante que, salga bien o mal la aventura, tendrás que recorrer nuevamente el sendero del amor.”

Puedes sentirte triunfal puesto que al fin llegó el día en el que debo tragarme una a una aquellas palabras que juré y perjuré no nombrar: ESTOY ENAMORADA. ¿Sorprendido? Creo que no.
Es curioso que, cuando menos te esperaba, llegaras a mi vida así, sin avisar. Cuando menos me hacías falta, cuando creía que el amor ya había llegado a mi vida. Qué equivocada estaba.
Lo sé, es muy atrevido decirte todo esto cuando tú apenas me conoces mientras que para mí no existe rincón de tu vida que ignore. Por fortuna conoces mi nombre, sabes mi edad e incluso eres consciente de gran parte de mis temores, aunque ninguno es tan enorme como el riesgo de perderte en mis sueños. Sin embargo, por otro lado, no sabes que paso tardes enteras viendo películas de amor, ni sabes que, aunque no te lo demuestre, soy una apasionada de las que cree en el poderoso significado de una sonrisa. Y, como me imagino, tampoco serás capaz de imaginar cuántas horas al día te dedico mis pensamientos.
Sí, estoy enamorada, te amo con locura, pero ¿esto es suficiente para expresar toda la pasión que ha fluido por mi corazón? ¿Acaso no es ridículo demostrar con un papel un sentimiento tan complejo e inestable como el que yo siento? Es por eso que no pretendo declararme, por lo que puedes reservar tus disculpas por un amor no correspondido, solo quiero agradecerte de la forma más original y sincera por el sol que le has regalado a mi vida, aquel sol con el que ha conseguido volver a funcionar con un nuevo brillo.
Simplemente, gracias por existir. Hoy, las palabras me han abandonado, por lo que no me veo capaz de escribirte todo lo que has significado para mí. Tú solo imagina que cada suspiro ha sido causado por ti. La misma causa por la que mis ojos brillan con cada nuevo despertar y con una  irrefrenable sensación de energía y optimismo. Todo eso y más por dedicarme una sonrisa y unas cuantas miradas llenas de dulzura.
No ha habido día en el que no piense que eres demasiado para mí; demasiado paciente, amable y tan humilde que mi pecho se encoge de frustración al reconocer que tú no recibes ni la mitad de todas las emociones que fluyen por mi cuerpo. Por esa razón, aún no creo que esto esté sucediendo y, es que, sabiendo que no es la primera vez que el amor me atrapa, nunca llegué a imaginar que podría admirar tanto a alguien aún sabiendo que no soy digna de su amor. Y, bien, ambos sabemos que nunca funcionaría puesto que esperamos respuestas diferentes de la vida y ninguno de los dos somos capaces para enfrentarnos a una relación tan agotadora y tan desesperanzadora. Es por ello que no quiero tus disculpas por este amor sin frutos, sino que quiero que sonrías con esa sonrisa llena de cambio con la que me enamoraste.
Desde que has llegado a mi vida incluso yo me noto diferente, me has hecho ver el mundo con otros ojos y sacar fuerzas para elegir mi destino, me has hecho querer ser mejor persona, ¿te parece poco? Me has hecho soñar cuando todos mis problemas querían dañar mi corazón. Has conseguido que el dolor del pasado sea llevadero y vea el futuro con buenos ojos. Y, lo más importante, contigo he vuelto a creer nuevamente en la magia del amor y sé que cuando llegue el momento apropiado me volveré a enamorar y me dejaré llevar por toda esa pasión que solo tú has conseguido destapar de mi alma. Tranquilo, yo te olvidaré, últimamente no sé hacer otra cosa, sin embargo, este olvido será algo más dulce mientras recuerde que algún día diré en voz alta y clara que te amé y, entonces, me sentiré dichosa por ello. ¿Aún no te queda claro el por qué?
Porque has sido el único que, a pesar de conocer mi amor no correspondido, ha respetado mis sentimientos, alimentando con tu dulzura cada una de mis ilusiones y no me has dejado sentir desdichada por poseerlos.
Con cariño y mucha gratitud:
Aquella camarera tan extremadamente amable y atenta que te sirve el mejor café y te regala sus oídos y sus ojos, todas las tardes, de lunes a viernes, en la cafetería del parque.
PD: Espero que no te ofenda esta carta o, por otro lado, te avergüence. Da igual si la guardas o la rompes con deseos de olvidarla cuanto antes. No me importa. Llueva o nieve, haga frío o calor, enamorada o no, tu café con leche te estará esperando para que junto a él sigamos compartiendo más y más conversaciones que, sin duda, quedarán grabadas en mi memoria, al igual que el dulce aroma del café, que ahora me parece más dulce que nunca.

martes, 28 de junio de 2011

La sonrisa más bonita del mundo

Se sucedieron incómodos y prolongados silencios en los que acariciaba su mano suave y pellejuda haciendo pequeños círculos. No dejaba de ojear el reloj viendo cómo se pasaba el tiempo sintiéndome cada vez más inútil.

-Abuela, ahora es cuando tienes que sacar fuerzas y salir adelante. No estás sola, nosotros te queremos y estamos aquí para lo que haga falta.
-Pero si no las tengo, no las encuentro por ningún lado.

Otro silencio igual que el anterior. Qué iba a decir yo ante eso. Ella contaba con años de experiencia mientras que yo ni siquiera había empezado a andar por el camino que nos prepara la vida.

-Hija, la vida es muy injusta. Es muy difícil y muy dolorosa.

Volvió a coger su pañuelo y, temblando como estaba, se secó las lágrimas. Tan inútil como me sentía, en esos momentos solo se me ocurría besar sus manos chiquitas y desgastadas por el trabajo de toda una vida.

-Aunque sigas sintiendo ese dolor, poco a poco todo volverá a su cauce, poco a poco empezarás a entretenerte con tus plantitas.
-A mí este dolor no se me va a ir mientras viva. Me acuerdo todo el día de él. Cierro los ojos y lo veo bajando las escaleras, sentándose con el perro, viendo la televisión, con el coche… Desde que nos casamos nunca nos hemos separado, nunca, y ahora que se ha ido, este dolor no se me va a ir.
-Abuela, mira el lado positivo, siempre ha tenido problemas con el corazón, y podía haberse ido hace mucho tiempo. Y además, acuérdate de todos los buenos momentos que habéis pasado juntos.

Inspiró hondo, y algo más relajada y cálida me habló con dulzura.

-Es que con él todo han sido buenos momentos. Jamás me ha puesto una mano encima y hemos estado uno con el otro siempre. ¿Sabes? Cuando me casé con él, ese día nací. Empecé a vivir de verdad.

Y, dejando a un lado el dolor, comenzó a contarme su juventud, cómo juntos salieron de la pobreza y crearon la enorme familia Castillo, una familia enorme y sana, una familia de la que ya cuentan con bisnietos, uno de los cuales soy yo, su bisnieta mayor. Sin embargo siempre hemos tenido una relación más cercana, de abuelos a nieta, una relación que debido a eso siempre se ha mantenido unida.

Poco a poco los silencios no resultaron tan incómodos, sino necesarios. Y aunque la conversación no fuera tan vivaz como tiempos atrás, sabía que no podía pedir más. Poco a poco desvié ese tema tan doloroso a otros más superficiales y rutinarios, desde el canario que le regalé a mi madre por su cumpleaños hasta de la universidad en la que estudiaré el curso que viene. Y, en un fugaz instante que solo duró un pestañeo, pude observar una pequeña sonrisa. Una sonrisa entre arrugas, que no conseguía ocultar la tristeza de sus ojos, pero que para mí fue la sonrisa más hermosa que había visto en mucho tiempo. Una sonrisa por un nuevo esfuerzo para volver a vivir, esta vez sola, pero con una fuerza que solos los que la conocen de verdad lo pueden confirmar. Y sé que mi bisabuelo estará allí, viéndola todos los días y mandándole las fuerzas que le faltan para volver a caminar.

Abuelo, nunca olvidaré las conversaciones en el patio en las tardes de primavera, ni olvidaré tu butaca que ahora está vacía en la esquina, ni tu amor por la buena comida, un amor que yo también vivo, ese amor que compartíamos la familia comiendo ese plato de arroz de marisco con el que tanto disfrutábamos. No te olvidaré abuelo.


Aunque sé de sobra que ya nada volverá a ser como antes, te pido que estés con ella y le ayudes superar este dolor, a que poco a poco la rutina la salve de esta espina que se le ha clavado en su bondadoso corazón.

sábado, 19 de febrero de 2011

Con los ojillos cerrados

Aquella noche era especial, y lo sabía muy bien. En la oscuridad, entre las risas de los demás, más lejos de él de lo que deseaba, estudié a hurtadillas cómo dormía.
Mis ojos se inundaron de una ternura infinita. Ahí, tendido en el suelo, indefenso, inconsciente de mis miradas de amor. El corazón me ardió en una llamarada de amor, y deseé estar ahí, a su lado, sintiendo su respiración entremezclándose con mi aliento. Observar cómo su cuerpo se hinchaba lentamente del aire que necesito para vivir. Y me dieron ganas de llorar.
Llorar por no tenerlo, por no poder decírselo y por no poder acercarme más a él, dormirme bajo sus ronquidos, acariciarle la cara y susurrarle un te quiero. Mi corazón balbuceaba y deseé con urgencia que el tiempo se detuviera y poder contemplarle horas y horas, cada vez más encandilada por aquel hechizo que me hacía creer en los milagros.
Él abrió sus ojos y yo me hice la dormida. Sentí sobre mis párpados la confusión de aquel hombre y algo de curiosidad espontánea que se iba desvaneciendo con el tiempo. Impaciente por verlo de nuevo, abrí los ojos y nuestras miradas se encontraron. Fue una mirada rara, inusual, sin sentido, casual, pero agradecí que sus ojos me hubieran pertenecido durante menos de un minuto.
Y lo de después, creo que no merece la pena contarlo. Él se levanto aturdido y salió de la habitación con el móvil en la mano. Y, mientras que ululaban por la habitación sus susurros de amor, me sentí verdaderamente dichosa por experimentar esa sensación, por saber que aún quedaba algo de vida por mis venas, que podría comprender un poco más el hechizo del amor y que, a pesar de que el sentimiento no fuera correspondido, me sentía totalmente satisfecha.

sábado, 29 de enero de 2011

Miradas del corazón

Hoy, cuando regresé a casa, mi corazón aún guardaba calor. Ahora, sobrecogida, te escribo esto con rubor en las mejillas y con la esperanza de que algún día puedas leerlo sin despecho. ¿Has escuchado alguna vez la frase “la mirada es el lenguaje del corazón”? Yo, al fin, creo que la entiendo. Es algo tan indescriptible…

Lo mejor será que empiece por el principio. Como uno de cuantos días, me siento en mi silla, frente a mi pupitre, durante gran parte de la mañana incluidos los intercambios de clase. Hace demasiado frío como para incluso ponerse en pie. En cambio, tú sales a los pasillos en busca de tus compañeros del aula de al lado. Bueno, eso es lo que quiero pensar… Porque a veces, sé que te vas con ella y maquillo la impotencia de mi corazón. Ella es guapa, lo sé, no puedo hacer nada, simplemente resignarme como siempre al trascurso del tiempo. Hay ocasiones en las que la paciencia de uno se impacienta. Realmente mi vida se ha basado en la paciencia, la paciencia de los sueños…

Bueno, volviendo al tema, siempre trato de, ridículamente, llamar tu atención. Me acerco a ti como sea e investigo sobre tu vida fuera del colegio. Hay veces que, gracias a comentarios estúpidos que hace el grupo, consiguen arrancarte una sonrisa, algo que también me cautiva, pero no es nada comparado con lo que emiten tus ojos.
 
Dicho y hecho; nuestras miradas se encuentran. Y mi sonrisa se borra y mis ojos se abren. Y encuentro la razón por la que ocupas en mi mente tantas horas. Ese brillo, esa claridad, ese… todo. Todo y nada. Mil y una emociones se cruzan por mi corazón. ¿Me gusta? ¿Me atrae? ¿O es que yo estoy…? No me atrevo ni siquiera a preguntarlo. Otra vez no. Me mantendré al margen. Lo que ocurre, es que nunca estoy preparada para esa mirada.

Es un sentimiento tan profundo que lo tienes que vivir para conocerlo a fondo. El corazón se frena y sientes que todo se detiene, aunque sabes que no y por eso deseas que nunca acabe y vuelvas a lo de siempre. Deseo abrazarte con mucha fuerza y no soltarte nunca más, poner la cabeza apoyada en tu hombro y escuchar tu corazón, sí, tus latidos junto a tu respiración. Y mirarte, mirarte siempre. Porque en tus ojos veo una realidad posible, una realidad para los dos que no he encontrado en ningún lugar más que allí. Espero fervientemente que tu mirada algún día me acoja porque cuando no la tengo, mis sueños se escapan.

No te preguntes más por qué estoy constantemente mirándote a hurtadillas y embobada. No preguntes. Ya lo sabes. Sé que no está bien, que no será mía, pero dame tiempo para encontrar algo parecido, dame tiempo, mucho tiempo. No es fácil buscar dos ojos en los que bucear entre millones en los que sólo puedes chapotear.

Por ahora, déjame bucear en tu mirada.
No olvides que tú eres la fuente de inspiración de mis sueños.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Caricias de fuego

Tras unos cinco minutos, el motor del coche se detuvo al fondo de un callejón cercano al parque del pueblo pero escondido y oscuro. El silencio me inquietaba y sentía cómo me desesperaba por momentos. Mi garganta seguía seca y era incapaz de proferir algún sonido. En casos así, detestaba el silencio: sólo conseguía dificultar aún más la situación. Decidida, carraspeé con fuerza para que además de diluir el nudo de mi garganta, llamara su atención. Se volvió con expresión arrepentida, como si él tuviera la culpa de todo, hasta de que mi corazón ardiera cada vez que mis ojos lo veían.

-Y, bueno, ¿qué hay de ti? ¿Cómo estás?-sonreí lo más que pude quizás demasiado exagerada. Cualquier cosa con darle fin a este calvario…
En ese momento, volvió la mirada al frente a la vez que aferraba con fuerza el volante, tratando de hacerlo pedazos. Me pregunté si habría hecho algo mal. Apretó los dientes con la mirada perdida en el muro de piedra de enfrente.

-¿Cómo me puedes preguntar eso después de tanto tiempo? Deja de decir tonterías. Los dos sabemos lo que está pasando-exhaló profundamente quitándose una carga de encima que llevaría soportando desde hace tiempo. Mi gesto simpático y dulce se borró un poco al comprender que el juego había terminado. Era hora de sincerarse.

-¿Te refieres a…?

-¿Cómo crees sino que he ido como un loco a buscarte? ¿Por qué te he subido a mi coche entonces? Esto se me está yendo de las manos-escondió la cabeza entre las manos, desesperado. Me sentí mal y pasé mi mano con suavidad por su espalda a través de su camisa de algodón.

-Yo también te estaba buscando-traté de consolarlo sintiéndome ridícula. Entonces, él alzó la cabeza y observó mi nuevo vestido blanco y corto. Simultáneamente, dejamos escapar un suspiro.

-Por qué me haces esto…-murmuró para sí con agonía. Como si llorara en silencio.

martes, 7 de diciembre de 2010

Sintonía perfecta

Le doy al play y comienzo a trabajar como todos los días de este agotado mes. Pasan las horas sin que nada cambie ni altere la calurosa tarde de primavera. Sin darme cuenta, comienzo a reconocer y tatarear una de las docenas de canciones que hay en el reproductor. La reconozco, pero no termino de situarla del todo. Mi corazón comienza a latir avisándome de que él ya sabe la causa. Entonces, no tardo en recordar el pasado. El dulce pasado. Un ligero cosquilleo recorre mi cuerpo y cierro los ojos dejándome llevar por la magia del momento.


Entonces, tu voz suena a mi lado, tu presencia invade cada rincón de la habitación, desnudando cualquier secreto oculto, pero no me importa. Una ligera brisa que penetra por la ventana, me trae tu aroma a almendras tostadas. Sonrío y me dejo caer sobre la silla jugando con los límites de mi imaginación.


Te siento cerca. Tu respiración resbala por mi cuello y tus labios recorren mis mejillas con suavidad. Un cierto rubor intenso asciende por mi rostro. Ahora me acaricias con suavidad la cara y besas mis cabellos despeinados. Y me cantas una canción. Nuestra canción. Esa canción que me lleva contigo, que nunca me deja sola. Mis cabellos se erizan y deseo abrazarte para no soltarte nunca más. Ya que te he recuperado, no quiero soltarte.


Pero la canción termina y da paso a otra que suena a psicofonía y no tiene comparación con la nuestra. Abro los ojos y, corriendo, pincho sobre la canción anterior. Percibo cómo te alejas según pasan las centésimas de segundo. Desesperada, le doy más voz a mi locura. Menos mal que estoy sola en casa. Vuelvo a caer sobre la silla desesperada buscando de nuevo tu calor y tu aroma. Puedo estar tranquila, apareces de nuevo. Noto cómo me envuelves con tus brazos y cómo tu mirada se clava en la mía con nostalgia y deseo. Decido dejarme llevar y tomo tu mano acompañándote al recuerdo de nuestra sintonía perfecta.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La rojas

-Adri, ¿qué te ha dicho la rojas?-Tomás se inclina y me mira con su típica sonrisa pícara. Sí, Blanca es más conocida por la rojas que por Blanca, su verdadero nombre, debido a su extrema timidez.
-Nada, que la ayudara con un ejercicio.
-Le gustas.-Lo dice sin un atisbo de asombro. Desvía la mirada hacia ella y suspira.
-¿Otra vez? A ver, que no Tomás, que no, que es la amiga de mi hermana. Y además, yo ya tengo a Gloria y ella lo sabe.-Noto como se altera mi voz de forma inconsciente. Él entorna los ojos como si dijera “te lo dije”.
-¿Y es que tener novia impide que otras se fijen en ti?-se centra en los garabatos de mi cuaderno-En fin, ya sé que la rojas no es un gran partido del que estar orgulloso, pero las cosas son así. Yo que tú le dejaba las cosas claras antes de que las cosas empeoren.
-Desde luego, no puedo creer las tonterías que puedes llegar a decir en un minuto.-Suena el timbre y veo la oportunidad de escabullirme de las advertencias de Tomás.
 Vuelve a vibrar el timbre anunciando el fin del recreo. Todos vuelven a sus aulas y los pasillos son un caos. Mientras espero en la puerta, Blanca dobla la esquina y se va abriendo paso entre la multitud.


De repente, los pasillos se ven más despejados, la veo más clara. Ella me mira a los ojos directamente, me enfrenta, ignorando el color fuego de sus mejillas. Se muerde el labio con suavidad mientras sus pasos van dirigidos hacia mí. Percibo los latidos de su frenético corazón, cómo sus pupilas se contraen y su respiración se agita. Sus ojos se humedecen, lo que le aporta una apariencia más frágil. Cada vez estamos más cerca. En los pasillos ya no hay nadie. Definitivamente, soy su objetivo.


-¡Hola, amor! ¿Dónde te has metido?-Gloria rodea sus brazos en torno a mi cuello y me planta un inesperado beso en los labios. Doy un paso atrás sorprendido por tal efusividad, y consciente ya, acaricio su cintura con mis manos como siempre he hecho.


Cuando separamos nuestros labios, vuelvo la mirada hacia el pasillo, recordando lo que estaba pasando antes de que me cortara la respiración mi chica. Pero en el pasillo no hay nadie, no hay nada. Bajo la mirada avergonzado y triste. Gloria me pregunta con la mirada.


-¿A quién buscas?
-A nadie, sólo quería asegurarme de que Tomás había entrado en la clase. Tengo que hablar con él.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Híncame el diente

Querido diario:

Hoy, por primera vez y por muy extraño que sea, me pregunto qué tendrá de normal. Hoy, por primera vez, sé que estoy sumida en un leve hechizo que me tiene totalmente hipnotizada. Y es que, me duele el pecho de tanto adorarlo, de tanto preguntarle por sus secretos y de tanto suspirar por sus pensamientos. En mi mente mantengo una encrucijada que me mantiene en vela todo el día descuidando lo que sí debería de importarme: mi hermano, la situación de mi mejor amiga, y los estudios. Pero es inútil. Él no se va. Pasea continuamente por mi mente descubriendo mis secretos más íntimos como un hábil felino. Juega a distraerme, le divierte verme sufrir por su culpa. Siempre me pide disculpas, pero no tarda en volver a hacerlo. Me siento como una servilleta de papel que todos utilizan para acabar tirada y pisoteada por el suelo. Y, lo peor, es que lo sigo queriendo cada día más.

No dejo de intentar repetirle cada día que no dependo de él, que no me importa estar sin él. Pero cada día me emborracha con su sonrisa y su caballerosidad tan difícil de encontrar ahora. Me ha cambiado la vida sí, me la ha facilitado, pero cada vez que huye y me deja plantada, siento en su mirada la sombra de la mentira. Hay días en los que se comporta extraño, sin embargo, él sigue sin decirme nada. Pero hoy sé lo que es.


Sus colmillos relucen a la luz del sol y su rostro no ha cambiado desde hace mucho, mucho tiempo. Con su aspecto frágil y pícaro esconde la verdadera fiera que ruge por sus venas. Sí, las venas se pueden resumir en su día a día. Busca el calor que un día le arrebataron para siempre. Muerde, literalmente, resulta un perro sin correa que vagabundea por los alrededores buscando presas fáciles a las que sucumbir con sus encantos.


Y sí, debo de admitir que a mí ya me tiene atrapada. Y, lo peor, es que me gusta.

Elena

(basado en la serie Crónicas Vampíricas) 

viernes, 5 de noviembre de 2010

Ocho de agosto

Estudio el almanaque preguntándome qué de especial tendrá este día. Por qué me llena de magia pensar en esta fecha. Ocho de agosto. ¿Qué esconderá este día, qué esconderá este mes? Ojalá pudiera negar que este día significara algo para mí, porque en realidad significa mucho. El recuerdo de aquel día consigue ponerme de buen humor y con un brillo esperanzador en la mirada, pero la nostalgia que me embarga el tiempo que ha pasado desde entonces, hace que los sueños que he mantenido hasta ahora se rompan en pedazos.



Hoy hace calor, mucho. Escribo con el aliento débil y la frente empañada. ¿Será tu recuerdo el que caliente el ambiente? ¿El que provoque esta ola de calor? Ahora me tiemblan las piernas. Te echo tanto de menos… daría todo lo posible por poder repetir aquel ocho de agosto del año pasado, por verte de una vez y dejar el miedo a un lado para que sea tu amor el que me atrape y me guarde en tu corazón tan abandonado como el mío.


No he olvidado ni el más sutil detalle de aquella fecha tan importante que es y será para mí. Recuerdo cómo buscaba tu mirada entre las luces que trataban de darle un color más festivo a la noche, entre las mesas de aldeanos festejando. También recuerdo cómo tus ojos vagaban hasta clavarse en los míos que hacían sentirme la mujer con más dicha del lugar. Cuando tu sonrisa brillaba al verme bailar con tanto esmero sólo para ti. Y, sobretodo, cuando nos decidimos a hablar y fue tu débil beso en mi mejilla el que se quedó congelado para el recuerdo. Fue una noche mágica en la que, por primera vez, sentí que la magia la emanábamos nosotros dos.


Ha pasado un año desde entonces, y por mucho que sueñe con ser tuya, tú no me das el capricho de darme una segunda oportunidad. Lo que más desearía hoy y mañana y pasado sería verte otra vez, porque mi obsesión se resiste a abandonarme sin sufrir su calvario. Con el tiempo he aprendido que todo quedó en un recuerdo más, en un día señalado, en un sueño cumplido. Nada más. Sólo he de decirte que gracias por convertir a una niña en una mujer por una noche y por conseguir que cuando me desperté al día siguiente, todo siguiera igual, intacto, con la magia que tú me regalaste.

domingo, 17 de octubre de 2010

Todo y nada

-¡Ey!

Me encogí unos momentos, volviéndome a plantear si había hecho bien en llamarlo. Una cierta inquietud me recorría la columna, dudando si su ignorancia me habría convertido de nuevo en su víctima. Pero no fue así.

Se volvió de forma automática, como siempre lo he visto hacer, como si no le pesara mi presencia. Contuve el aliento rogando porque mi voz no me dejara en evidencia. Sentí como mis ojos se derretían al contener el reflejo de los suyos. No estaba acostumbrada a tenerlo tan cerca. Fue algo impresionante. Sus ojos me atrajeron como imanes, como el color del fuego le atrae a un niño inocente sin saber que se va a quemar. Me parecieron unos ojos tan sencillos, transparentes y hermosos que me figuré que mis ojos nunca podrían transmitirle a él algo así.

Le pregunté para salir a tomar algo juntos. Balanceó sus pupilas de un lado a otro manteniéndome en vilo. Sonreí un poco, como si le restara importancia, como si mi proposición fuera algo casual. Él curvó su sonrisa con compromiso, forzosa, pero me sentía tan encandilada por sus hechizos que no me importó.

Frunció el cejo divertido y contestó que sí, que cualquier día podríamos quedar. Pero enseguida comprendí el fallo; él había pensado en una salida para estudiar, no en una cita. Sonreí, satisfecha aunque no del todo por ese final, y me fui tímidamente, rompiendo la conexión de nuestras miradas. Cuando llegó el intercambio de clase, salí al patio a que me diera el aire fresco y me despejara un poco después de la estrepitosa clase de matemáticas. Y, entre la multitud, los vi. Él y ella agarrados. Él y ella besándose. Él y ella amándose.

Él y ella todo. Él y yo nada.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Caricias de fuego

Las lágrimas no dejaban de recorrer el contorno de mis mejillas. Quería detenerlas, pero no podía. Me dolía tanto el corazón que pensé que me iba a desmayar allí mismo. Así él comprobaría mi sufrimiento. Pero no me comprendía. Con su otra mano, acarició mis mejillas secándome las lágrimas a la vez que yo trataba de resistirme en vano.
-¡Suéltame! ¡Olvídame si eso es lo que quieres! ¡Sólo te diré una cosa: te quiero desde el primer día, y ni siquiera e intentado olvidarte por no marchitar aquel recuerdo tan bello que me regalaste! ¡Así que no estropees las cosas!-grité tanto como me permitía mi garganta entre sollozos. Tendría que estar patética con el maquillaje corrido por la cara, pero me daba igual, todo había acabado.

Su semblante se volvió serio y su respiración se hizo más profunda. Y, de repente, como el sueño que siempre había tenido desde que lo conocí, presionó con fuerza sus labios contra los míos. Me agarró la cabeza y me contuvo así, sintiendo el tacto de sus suaves labios. Sintiendo que el mundo se caía bajo mis pies y yo seguía a salvo, saboreando su amor. Después de un momento, cuando la tensión  que reinaba se deshizo, dejé entreabrir mis labios, invitándolo a seguir con nuestra peculiar aventura, a seguir con nuestra historia de amor. La fricción de nuestras lenguas me advirtió de que conocerlo era lo mejor que me había pasado en la vida, de que merecía la pena cada lágrima que derramara por él y cada sonrisa que esbozara. Todo valdría la pena si lo hacíamos juntos.
Después de esos sagrados e inolvidables minutos, separamos nuestros labios con suavidad dejando que nuestros alientos satisfechos se entremezclaran mutuamente. Nos quedamos exhaustos y mudos al probar aquella fuente de magia y placer inagotable.

viernes, 8 de octubre de 2010

Gris, blanco y negro

Una mano acarició el hombro de Iris y ésta se volvió con brusquedad. Ignacio pudo comprobar por él mismo cómo su rostro se reflejaba en los ojos acuosos y dolidos de aquella niña. Aquellos ojos, aquellos malditos ojos. Sí, sus ojos eran preciosos, de color grisáceo y muy grandes, pero eran unos asquerosos y horribles ojos. Unos ojos que habían sido capaces de arrancarle el corazón a una pobre chiquilla.
Iris se fue a un lado y le dejó un asiento libre en el banco. Ignacio se sentó a su lado y comprobó cómo su cuerpo temblaba de miedo y frío.

-Ha sido un desastre-murmuró Iris con la mirada perdida entre las baldosas del suelo. Él dio un resoplido.
-No, ha sido como tenía que ser. Pero eso no quiere decir que…
-¿Que qué? ¿Todavía tienes el valor de decirme a la cara que valgo para esto? Lo has oído igual que yo: esta galería no está abierta a discapacitados.
-Iris, tú no eres una discapacitada…
La joven dio un respingo y le dirigió una mirada llena de ira.
-¡¿NO?! Mírame, dime la verdad. Nunca debí de hacerte caso y punto, yo estaba bien con la música hasta que llegaste tú para meterme falsas esperanzas en la cabeza, ¿y para qué? ¡Para nada!-Iris rompió a llorar fuertemente y rodeó con los brazos sus rodillas en posición enfermiza. El profesor se acercó a ella con suavidad y, poco a poco, la retuvo en su regazo.
-¿Te gusta la pintura?
-No, creo. A mí nunca me ha llamado la atención, pero en estas semanas se ha convertido en el centro de mis pensamientos. No sé si me entiendes, es algo tan inexplicable, es que me sentía tan libre pintando. Me sentía fuerte y a la vez solitaria de este mundo tan gris.-Ignacio supuso desde el principio que ella valía para el lienzo, que ella no era como los demás. Tenía que demostrarle que todo era cuestión de intentarlo.
-Todo no es gris. Solamente tienes que mirar con otros ojos.-Lo dijo. Para su sorpresa, ella se quedó paralizada contemplando una obra de la exposición. Iris entornó los ojos intentando atravesar el papel, descubrir lo que aquel cuadro le ocultaba. Suspiró frustrada.
-Nunca podré conseguirlo.
-Ven.-Ignacio se levantó y guió a Iris hacia un ventanal-¿Ves a esa chica?-Ella asintió. Era una chica de su edad, un poco gordita, de facciones redondeadas y nariz respingona. Aquella chica le transmitió una gran confianza solo con verla a lo lejos.-Se llama Sonia y sueña desde párvulos en convertirse en cantante, y la verdad es que tenía una voz preciosa. Pero, a los once años, tuvo un accidente en el coche que la dejó afónica. No hay día que no se pase por el aula de música para aprenderse los pentagramas y las canciones con las que algún día nos deleitará.
Iris la miró por un momento, reflexiva, y se volvió hacia su profesor.
-Quién sabe, quizás sea demasiado pronto para rendirse, ¿no? Puede que no vea el azul del cielo ni el verde de los árboles, pero… puede… que…
-Pero conoces el gris, el blanco y el negro, ¿no? El gris puede ser un color precioso si lo utilizas bien. Así que, ábrete paso entre los grandes, porque tú lo eres, Iris, tu eres grande.

jueves, 9 de septiembre de 2010

El mundo de los sueños eternos

La historia que voy a contar hoy no es la típica historia de amor entre doncella y caballero. Es la historia de un amor joven, osado y fresco. Esta historia, la que os voy a relatar, trata del amor apasionado y tímido que sufría un poeta contemporáneo, gran amigo mío, de mozo, por la belleza y soberbia de la nueva prometida del hermanastro que tanto odiaba. Mi amigo, el poeta, hijo de un célebre escritor, comenzó a escribir en una carta frustrada todos los pensamientos y dulzuras que se le antojaban al admirarla. El poeta, ya hombre, separado y vagando por un tiempo por los rincones de España buscando historias como esta, volvió a verla ya mujer y señora de su hermanastro, pero tan joven como la última vez que se encontraron. Dolido por el recuerdo y por el insufrible presente, le entregó antes de su marcha la carta totalmente terminada, dejándole claro su amor. Así decía:

Tu belleza resplandece ante los muertos vivientes como ángel que eres bajado del cielo. El azabache de tus ojos juguetea con hipnotizar veteranos marineros perdidos en las tinieblas de tu corazón. Y tus labios, ¡oh tus labios!, son la miel fresca que todo un enjambre de abejas anhela. Mas no hagas caso de las otras obreras, coge mi alma y te llevaré a la colmena más amplia y limpia. Prueba con el roce de tu delicado paladar el panal que más se te antoje, pues ése será el que prepare para mi doncella.
Y ahora, dejando las abejas, te suplico que me conviertas en tu esclavo, ¡hazlo por favor!, y me emborraches con tu dulce veneno. Te ruego que me pegues, que me maltrates, que sufra por ti, sí, porque estoy seguro de que nunca será mayor que el sufrimiento que cargo ahora al ver en tu frágil cintura las manos robustas y sucias de otro.
¡Qué más da el otro! Si la sangre no compartimos, no compartiremos el amor. Y él no te quiere, no te trata como yo lo haría, y tu encanto no debe de estar encerrado en casa; debe de salir a conocer el mundo. Lucharía con el otro si mi honra no cayera en picado. ¡Vente, vente conmigo y te enseñaré las primaveras que tu cegaste! Deja al ogro y vente con el pobre labrador que te dará los mejores frutos de sus tierras.
Y por último, te pido, te ruego, te suplico, que me ames. Sé piadosa y ama a esta alma herida por un amor no correspondido. ¿Es que no está bien? ¿No está bien que me ames? ¿Es pecado? Yo cometería pecado una y mil veces sólo con merecer tu sonrisa y tus labios por una noche. Y sí, lo confirmo, soy pecador, ¿y qué? ¿Acaso tú me maldecirás con tu don divino? Porque si es así, castígame con tu ira y envíame al infierno, pero hazlo tú. No me importa lo que ponga en el fuego si son tus labios los que están en juego.
Hasta hoy no me he podido quitar de la cabeza el recuerdo de tu cuerpo fértil y fuerte merodeando por mis sueños. Cada noche pienso en llevarte a lomos de mi caballo y escapar juntos a la tierra prometida. Y convertirte en mi esposa. Y ser tuyo. Pero hoy me he dado cuenta de que los sueños sólo se quedan en sueños y tu dedo presume de una nueva alianza. La hinchazón de tu vientre me ha demostrado que ya es tarde. Ya es tarde para enamorarse, para inventar y para creer. Ya es tarde para amarte, ya es tarde para que aceptes mis súplicas y nos escapemos juntos, lo es.
Me da lástima pensar que tú ya has desperdiciado tu vida sin ver el sol que te prometí con tanto sosiego. Perdón, quizás tú solo hayas construido los muros de ella, al contrario que yo. De tantos castillos que hice, la mitad se han derrumbado y me he quedado solo y sin una compañera que comparta mi soledad. No tengo nada. Así que me iré cabalgando y moriré con el orgullo de haber acariciado tu cuerpo en sueños.

Te amaré cuando huya, cuando muera y cuando despierte de nuevo en tus brazos. Simplemente, te amaré como siempre lo he hecho.

La joven, en cuanto leyó esta nota, corrió a buscarlo por el pueblo sin suerte. Deseaba explicarle que lo había esperado para escapar, que nunca había dudado de él y que su amor era correspondido. Pero, días después, descubrió bañada en lágrimas, que él había partido hacia el lugar que le había prometido, hacia el mundo de los sueños eternos. Aquel mundo al que ella algún día iría y diría lo que siempre calló. Así que enterró su cuerpo inerte y se escapó con su hijo a descubrir todos aquellos parajes que prometió a aquel pobre enamorado que dejó todo un mundo por su amor.

martes, 31 de agosto de 2010

Primer Amor

La brisa del mar entra por la ventana envolviendo la habitación en un ambiente más fresco y renovado. Me asomo a la ventana y el aire estival me trae el olor a pescado. Fijo mi vista en el horizonte y me paralizo para ver cómo el sol se esconde bajo el océano, tiñéndolo de un color anaranjado del que ya estoy acostumbrado pero del que nunca dejo de maravillarme. Me apoyo en el alféizar de la ventana pensando que podría quedarme así durante horas. Cierro los ojos al sentir el ligero movimiento de mis cabellos sobre mis ojos. Escucho el murmullo de numerosas conversaciones entrecruzadas que, como me imagino, ahora en verano son más banales. Se oyen risas débiles y fuertes, y algún que otro chapoteo en la orilla. Y más risas.

Abro finalmente los ojos y miro abajo, hacia la calle. Una pareja adolescente y acaramelada pasea bajo la amarillenta luz de las farolas dándose mimos muy pegados. La chica descubre una pequeña risita nerviosa entre sus labios, que hace que él sonría satisfecho. Cuando pierdo a los novios de vista, pienso que yo también compartí lo que ellos vivieron. Ese sentimiento de felicidad espontáneo, esa necesidad de comerte el mundo y esa urgencia de que el tiempo no pase demasiado rápido. Esos sentimientos enterrados en mi corazón, me traen a la memoria un recuerdo que aún mantengo vivo en mis entrañas. Y, por un momento, siento cómo los escombros de esa historia se avivan y emiten una nueva ola de calor.

Cuando me doy cuenta, estoy abriendo el cajón de una mesita de noche contigua a la ventana. ¿Por qué estoy haciendo esto después de tanto tiempo?-me pregunto resignado. Encuentro lo que buscaba. Desde aquel día siempre ha permanecido aquí. Aislado e intacto como mi corazón que ha aprendido a mentir.

Me acerco la flor a mi nariz con suavidad aunque esté ya marchita. Olfateo lo que queda de su perfume y cierro los ojos dudando si podré recordarlo todo con tanta intensidad como antes. El aroma es muy débil, no obstante, consigue arrancarme todos los secretos que creía que nunca me volverían a inquietar. Dios, hay tantos recuerdos… Mi respiración se agita cuando soy consciente de que soy incapaz de retirar esa rosa blanca muerta, como nuestro amor.

Paseos bajo la luna guardiana, confesiones bajo el mar, risas sobre la arena, lágrimas en la orilla… ¿Te acuerdas? No consigo arrancarme de mi alma la dulzura que emitían tus ojos cuando querían decirme “te quiero”, ni olvidaré nuestro primer beso bajo la puerta de tu casa. Cuando cogía tu mano y creía que me iba a morir sin rozar tus labios una vez más. La vez en que me buscaste llorando porque tuviste una pesadilla, y que en ella me perdías para siempre. Y el día en el que me regalaste una rosa blanca cuyo significado era la pureza y belleza de nuestro amor eterno. Eterno, ¿quién dijo eso? Supongo que hace unos años todo era visto con otro color más optimista e inagotable. Siempre me repito; “fue bonito mientras duró…” ¿Seguro que ha acabado para siempre? ¿Ya es demasiado tarde para volver a amar?

A veces suelo verte pasear por mi calle, como lo hacías conmigo, salvo que esta vez tu brazo rodea el de otro. Ya lo he asimilado, pero no puedo evitar mirar al suelo cada vez que pasas destilando felicidad. ¿Te acuerdas de la primera vez que nos conocimos? Yo estaba pescando cuando te acercaste con tu hermano y cogiste mi cebo por error. Siempre me reprochaste que carecía de romanticismo. Sin embargo, a mi me pareció el más perfecto y original comienzo. Tú acababas sonriendo cada vez que te lo recordaba y extendías tus brazos para abrazarme y dejar que contestara tu calidez.

Hoy he conocido a Pilar, es bastante alegre además de guapa. Esta mañana he decidido que podría arriesgarme y vivir algo nuevo y bonito, como tú lo has hecho, a excepción de que me duele pensar que será muy difícil superar lo que ambos compartimos. Por probar que no quede. ¿Y por qué ahora estoy dudando de mis palabras? ¿Por qué ya no veo tan apacible a Pilar? ¿Por qué no dejo de pensar si a ti te dolería que estuviera con ella?

Acabo de guardar la rosa en la mesita. Voy a llamar a Pilar para quedar mañana, no, mejor, esta noche. Saldremos y rezaré por que la suerte esté de mi lado. Demonios… ¿por qué aún sigues viva en mi mente? Los dos sabemos que tú no volverás, ni yo tampoco lo haré. Todo terminó y han pasado unos cuantos años desde aquello. Es sólo la melancolía la que me hace daño. El saber que podría haber sido diferente. Lástima, demasiado tarde para arrepentirse.

Pilar me acaba de confirmar lo de esta noche. Bien, veamos… Abro el armario y rebusco mis mejores galas. Puf, hace tanto tiempo que no salgo con nadie. Encuentro una camisa y unos pantalones que me parecen adecuados para una primera cita. Ni muy descuidado ni muy insinuante. Me doy una ducha rápida para, entre otras cosas, apagar las cenizas que se encendieron de lo que debe de estar olvidado. Me visto y me echo una gotas de una colonia muy varonil y fresca que me regaló mi madre por año nuevo. No estoy mal, la verdad. Quizás hasta le guste. Sonrío ante esa perspectiva. Me alegro de que mi piel morena por el sol resalte mis ojos azules. Incluso me enamora mi reflejo en el espejo. Decido al fin cerrar la ventana y salir del portal de mi casa con la simple esperanza de volver con un nuevo corazón. ¿Quién me lo iba a decir?

El aire de la calle me renueva otra vez. Voy a por todas. Te dedico una última evocación y pienso que ha llegado el turno de ilusionarme como antaño. Yo también tengo derecho a tener otra oportunidad. Y, por una vez en un par de años, siento súbitamente el deseo de enamorarme con locura y dejarme llevar. Y dejar en la mesita esa rosa marchita en recuerdo de un dulce y memorable primer amor.


viernes, 13 de agosto de 2010

Pequeña Gran Libertad

Al fin conseguí llegar allí. El Sol dejaba paso a la Luna, coloreándolo todo de un color dorado tostado. El aire acariciaba mi cabello que se revolvía alocado lleno de expectación, deseando volar en el cielo de otoño. Varias hojas muertas de los árboles chocaban débilmente contra mi abrigo para descender al suelo cubierto de ellas. Mi bufanda no se quedó atrás, ya que, delicadamente, se fue deslizando por mi cuello hasta escapar de él y vagabundear entre el bosque. Conseguí atraparla sin esfuerzo y la até a mi mano. La contemplé intentar escapar de ella y sonreí. Abrí mi puño que la apresaba y decidí dejarla libre ¿Qué más daba? Aquí no hace frío. Me despojé de mi abrigo y mi sombrero de lana colgándolos en la rama de un roble. Inspiré aquel aire meloso y cargado y me tumbé en aquella colina. Comencé a divisar las estrellas que daban paso a una larga noche de verano. ¿Extraño no? Transcurrieron las horas y el viento se quedó atrapado entre las copas de los árboles. Me sorprendió la humedad de la hierba y la acaricié con la palma de mi mano. Es fantástico poder disfrutar de las cuatro estaciones al completo. Tomé una margarita y me sumergí en su aroma fresco e inocente. Se respira tanta vida… Entre mis manos, aquella flor se abrió más y más hasta enseñarme lo que realmente escondía dentro. Es tan bello… Un color rojizo tiñó mis mejillas con suavidad.

Todo es perfecto, ¿quién lo diría? A veces me infunden sentimientos de amor, otros de rebeldía, otros de nostalgia… Las olas de sentimientos se van alternando aquí. Cerré los ojos bajo el manto de estrellas que me arropaba y conseguí escuchar los latidos que le daban vida a esa montaña. El motor que hacía que aquello fuera tan sublime. Y supe desde ese momento que nunca abandonaría ese lugar, que contribuiría a hacer florecer aquel lugar cuando llegara el invierno y quedara congelado. Con los ojos cerrados, coloqué la mano en mi pecho. ¿Así que esto es lo que escondes? Y sentí en ese momento que era yo la que indicaba el estado de todo esto.

Porque yo pertenecía a aquella montaña. Porque esa colina es lo que hay dentro de mí. Porque mi corazón es un pequeño prado hermoso y susceptible a lo que siento y digo. Porque aquel lugar tan presente en mí, me otorgaba una diminuta pero plena libertad.