Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

martes, 26 de octubre de 2010

Mi verdad

Miro a través de la ventana aquel copo de nieve que se precipita para invadir las calles de hostilidad. Los ríos corren helados por ese aire que envuelve las praderas congeladas e inhóspitas que habitan en mi corazón. Mi sangre es fría, y aunque trate de calentarme, el calor se queda atrapado entre mis venas para huir acobardado. Odio esta apatía, este descontrol, esta impotencia. ¿Pero qué voy a hacer?

El viento trata de arrancar las raíces que germinaron en los últimos tiempos. Hay veces en las que el trabajo no sirve para nada, sólo para hacer más dinámico el dolor continuo que se vive. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? No quiero pensar, pero la tentación me obliga a lastimarme, pensando en la única y drástica opción que me queda para escabullirme de mi suerte. No quiero pensar, pero es lo único que tengo que me haga un poco de compañía, aunque al final no se trate más que de un enemigo mortal en contra de mi supervivencia social.

Hay días que el mercurio sube, hay días que sube bastante y oigo el sonido de la vida, de el resurgir, del agua y el calor brotando por mi vida. Pero hay otros días, que el mercurio se congela y me espera tiempo de gran vacío y malestar.

¿Qué hago, qué hago si el calor no me protege y el frío me aísla? ¿Si lo único que hago es ocultar la nevada de mi corazón? Y es que… ¿de dónde saco el calor suficiente para convertir en líquido lo sólido de mis venas? ¿A dónde tengo que ir?

Duermo en sueños de arco iris y despierto en lúgubres cavernas oscuras por el miedo. Y tengo miedo, frío, cansancio y rutina. Tengo miedo de decir la verdad, mi verdad.

domingo, 17 de octubre de 2010

Todo y nada

-¡Ey!

Me encogí unos momentos, volviéndome a plantear si había hecho bien en llamarlo. Una cierta inquietud me recorría la columna, dudando si su ignorancia me habría convertido de nuevo en su víctima. Pero no fue así.

Se volvió de forma automática, como siempre lo he visto hacer, como si no le pesara mi presencia. Contuve el aliento rogando porque mi voz no me dejara en evidencia. Sentí como mis ojos se derretían al contener el reflejo de los suyos. No estaba acostumbrada a tenerlo tan cerca. Fue algo impresionante. Sus ojos me atrajeron como imanes, como el color del fuego le atrae a un niño inocente sin saber que se va a quemar. Me parecieron unos ojos tan sencillos, transparentes y hermosos que me figuré que mis ojos nunca podrían transmitirle a él algo así.

Le pregunté para salir a tomar algo juntos. Balanceó sus pupilas de un lado a otro manteniéndome en vilo. Sonreí un poco, como si le restara importancia, como si mi proposición fuera algo casual. Él curvó su sonrisa con compromiso, forzosa, pero me sentía tan encandilada por sus hechizos que no me importó.

Frunció el cejo divertido y contestó que sí, que cualquier día podríamos quedar. Pero enseguida comprendí el fallo; él había pensado en una salida para estudiar, no en una cita. Sonreí, satisfecha aunque no del todo por ese final, y me fui tímidamente, rompiendo la conexión de nuestras miradas. Cuando llegó el intercambio de clase, salí al patio a que me diera el aire fresco y me despejara un poco después de la estrepitosa clase de matemáticas. Y, entre la multitud, los vi. Él y ella agarrados. Él y ella besándose. Él y ella amándose.

Él y ella todo. Él y yo nada.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Caricias de fuego

Las lágrimas no dejaban de recorrer el contorno de mis mejillas. Quería detenerlas, pero no podía. Me dolía tanto el corazón que pensé que me iba a desmayar allí mismo. Así él comprobaría mi sufrimiento. Pero no me comprendía. Con su otra mano, acarició mis mejillas secándome las lágrimas a la vez que yo trataba de resistirme en vano.
-¡Suéltame! ¡Olvídame si eso es lo que quieres! ¡Sólo te diré una cosa: te quiero desde el primer día, y ni siquiera e intentado olvidarte por no marchitar aquel recuerdo tan bello que me regalaste! ¡Así que no estropees las cosas!-grité tanto como me permitía mi garganta entre sollozos. Tendría que estar patética con el maquillaje corrido por la cara, pero me daba igual, todo había acabado.

Su semblante se volvió serio y su respiración se hizo más profunda. Y, de repente, como el sueño que siempre había tenido desde que lo conocí, presionó con fuerza sus labios contra los míos. Me agarró la cabeza y me contuvo así, sintiendo el tacto de sus suaves labios. Sintiendo que el mundo se caía bajo mis pies y yo seguía a salvo, saboreando su amor. Después de un momento, cuando la tensión  que reinaba se deshizo, dejé entreabrir mis labios, invitándolo a seguir con nuestra peculiar aventura, a seguir con nuestra historia de amor. La fricción de nuestras lenguas me advirtió de que conocerlo era lo mejor que me había pasado en la vida, de que merecía la pena cada lágrima que derramara por él y cada sonrisa que esbozara. Todo valdría la pena si lo hacíamos juntos.
Después de esos sagrados e inolvidables minutos, separamos nuestros labios con suavidad dejando que nuestros alientos satisfechos se entremezclaran mutuamente. Nos quedamos exhaustos y mudos al probar aquella fuente de magia y placer inagotable.

viernes, 8 de octubre de 2010

Gris, blanco y negro

Una mano acarició el hombro de Iris y ésta se volvió con brusquedad. Ignacio pudo comprobar por él mismo cómo su rostro se reflejaba en los ojos acuosos y dolidos de aquella niña. Aquellos ojos, aquellos malditos ojos. Sí, sus ojos eran preciosos, de color grisáceo y muy grandes, pero eran unos asquerosos y horribles ojos. Unos ojos que habían sido capaces de arrancarle el corazón a una pobre chiquilla.
Iris se fue a un lado y le dejó un asiento libre en el banco. Ignacio se sentó a su lado y comprobó cómo su cuerpo temblaba de miedo y frío.

-Ha sido un desastre-murmuró Iris con la mirada perdida entre las baldosas del suelo. Él dio un resoplido.
-No, ha sido como tenía que ser. Pero eso no quiere decir que…
-¿Que qué? ¿Todavía tienes el valor de decirme a la cara que valgo para esto? Lo has oído igual que yo: esta galería no está abierta a discapacitados.
-Iris, tú no eres una discapacitada…
La joven dio un respingo y le dirigió una mirada llena de ira.
-¡¿NO?! Mírame, dime la verdad. Nunca debí de hacerte caso y punto, yo estaba bien con la música hasta que llegaste tú para meterme falsas esperanzas en la cabeza, ¿y para qué? ¡Para nada!-Iris rompió a llorar fuertemente y rodeó con los brazos sus rodillas en posición enfermiza. El profesor se acercó a ella con suavidad y, poco a poco, la retuvo en su regazo.
-¿Te gusta la pintura?
-No, creo. A mí nunca me ha llamado la atención, pero en estas semanas se ha convertido en el centro de mis pensamientos. No sé si me entiendes, es algo tan inexplicable, es que me sentía tan libre pintando. Me sentía fuerte y a la vez solitaria de este mundo tan gris.-Ignacio supuso desde el principio que ella valía para el lienzo, que ella no era como los demás. Tenía que demostrarle que todo era cuestión de intentarlo.
-Todo no es gris. Solamente tienes que mirar con otros ojos.-Lo dijo. Para su sorpresa, ella se quedó paralizada contemplando una obra de la exposición. Iris entornó los ojos intentando atravesar el papel, descubrir lo que aquel cuadro le ocultaba. Suspiró frustrada.
-Nunca podré conseguirlo.
-Ven.-Ignacio se levantó y guió a Iris hacia un ventanal-¿Ves a esa chica?-Ella asintió. Era una chica de su edad, un poco gordita, de facciones redondeadas y nariz respingona. Aquella chica le transmitió una gran confianza solo con verla a lo lejos.-Se llama Sonia y sueña desde párvulos en convertirse en cantante, y la verdad es que tenía una voz preciosa. Pero, a los once años, tuvo un accidente en el coche que la dejó afónica. No hay día que no se pase por el aula de música para aprenderse los pentagramas y las canciones con las que algún día nos deleitará.
Iris la miró por un momento, reflexiva, y se volvió hacia su profesor.
-Quién sabe, quizás sea demasiado pronto para rendirse, ¿no? Puede que no vea el azul del cielo ni el verde de los árboles, pero… puede… que…
-Pero conoces el gris, el blanco y el negro, ¿no? El gris puede ser un color precioso si lo utilizas bien. Así que, ábrete paso entre los grandes, porque tú lo eres, Iris, tu eres grande.

miércoles, 6 de octubre de 2010

17 de agosto

Diecisiete de agosto. Diecisiete años. Demasiado mayor para soñar pero demasiado pequeña para hacer realidad mis sueños. Sin embargo, esta vez ignoraré un poco mi protocolo.
Me voy a arriesgar por mis metas y por mis sonrisas. Porque este año no voy a estar encerrada y enterrada en lágrimas y dolor. Y sé que puedo, puedo.