Me fui porque tenía que irme. Me marche, como se van las
cosas rotas, de la misma forma que se van las historias acabadas. Nadie me
echó, la misma vida me invitó a dejarlo todo y a cerrar de una vez por todas
las heridas de guerra, de aquella guerra que casi me mata.
Ausentarme me dolió más que todas las batallas que perdí
juntas, porque tuve tiempo para recordarlas una y otra vez desde el eco de mi
silencio. Había tanto dolor, tanta negación, tanta resignación. Como un yonqui con el mono de cocaína, yo tuve
que sufrir el mono por todo aquello que había perdido y que sabía muy bien que jamás
iba a volver.
Tanta oscuridad me sirvió para echar de menos a mi otra yo,
aquella yo creativa y tenaz que se quejaba por estar rebosante de inocencia y
sueños. Y ahora mi obsesión es que vuelva. Darle la vida que siempre quise para
ella. Devolverle todos los sueños que le destrocé y todas las promesas que le prometí
que cumpliría. Después de esperar tanto tiempo a que llegara mi felicidad en las
manos de los demás, aprendí, a duras penas, que solo la conocería plenamente si
miraba en mi interior y dejaba salir a ella; radiante y amorosa ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario