Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

sábado, 19 de febrero de 2011

Con los ojillos cerrados

Aquella noche era especial, y lo sabía muy bien. En la oscuridad, entre las risas de los demás, más lejos de él de lo que deseaba, estudié a hurtadillas cómo dormía.
Mis ojos se inundaron de una ternura infinita. Ahí, tendido en el suelo, indefenso, inconsciente de mis miradas de amor. El corazón me ardió en una llamarada de amor, y deseé estar ahí, a su lado, sintiendo su respiración entremezclándose con mi aliento. Observar cómo su cuerpo se hinchaba lentamente del aire que necesito para vivir. Y me dieron ganas de llorar.
Llorar por no tenerlo, por no poder decírselo y por no poder acercarme más a él, dormirme bajo sus ronquidos, acariciarle la cara y susurrarle un te quiero. Mi corazón balbuceaba y deseé con urgencia que el tiempo se detuviera y poder contemplarle horas y horas, cada vez más encandilada por aquel hechizo que me hacía creer en los milagros.
Él abrió sus ojos y yo me hice la dormida. Sentí sobre mis párpados la confusión de aquel hombre y algo de curiosidad espontánea que se iba desvaneciendo con el tiempo. Impaciente por verlo de nuevo, abrí los ojos y nuestras miradas se encontraron. Fue una mirada rara, inusual, sin sentido, casual, pero agradecí que sus ojos me hubieran pertenecido durante menos de un minuto.
Y lo de después, creo que no merece la pena contarlo. Él se levanto aturdido y salió de la habitación con el móvil en la mano. Y, mientras que ululaban por la habitación sus susurros de amor, me sentí verdaderamente dichosa por experimentar esa sensación, por saber que aún quedaba algo de vida por mis venas, que podría comprender un poco más el hechizo del amor y que, a pesar de que el sentimiento no fuera correspondido, me sentía totalmente satisfecha.