Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

martes, 28 de junio de 2011

La sonrisa más bonita del mundo

Se sucedieron incómodos y prolongados silencios en los que acariciaba su mano suave y pellejuda haciendo pequeños círculos. No dejaba de ojear el reloj viendo cómo se pasaba el tiempo sintiéndome cada vez más inútil.

-Abuela, ahora es cuando tienes que sacar fuerzas y salir adelante. No estás sola, nosotros te queremos y estamos aquí para lo que haga falta.
-Pero si no las tengo, no las encuentro por ningún lado.

Otro silencio igual que el anterior. Qué iba a decir yo ante eso. Ella contaba con años de experiencia mientras que yo ni siquiera había empezado a andar por el camino que nos prepara la vida.

-Hija, la vida es muy injusta. Es muy difícil y muy dolorosa.

Volvió a coger su pañuelo y, temblando como estaba, se secó las lágrimas. Tan inútil como me sentía, en esos momentos solo se me ocurría besar sus manos chiquitas y desgastadas por el trabajo de toda una vida.

-Aunque sigas sintiendo ese dolor, poco a poco todo volverá a su cauce, poco a poco empezarás a entretenerte con tus plantitas.
-A mí este dolor no se me va a ir mientras viva. Me acuerdo todo el día de él. Cierro los ojos y lo veo bajando las escaleras, sentándose con el perro, viendo la televisión, con el coche… Desde que nos casamos nunca nos hemos separado, nunca, y ahora que se ha ido, este dolor no se me va a ir.
-Abuela, mira el lado positivo, siempre ha tenido problemas con el corazón, y podía haberse ido hace mucho tiempo. Y además, acuérdate de todos los buenos momentos que habéis pasado juntos.

Inspiró hondo, y algo más relajada y cálida me habló con dulzura.

-Es que con él todo han sido buenos momentos. Jamás me ha puesto una mano encima y hemos estado uno con el otro siempre. ¿Sabes? Cuando me casé con él, ese día nací. Empecé a vivir de verdad.

Y, dejando a un lado el dolor, comenzó a contarme su juventud, cómo juntos salieron de la pobreza y crearon la enorme familia Castillo, una familia enorme y sana, una familia de la que ya cuentan con bisnietos, uno de los cuales soy yo, su bisnieta mayor. Sin embargo siempre hemos tenido una relación más cercana, de abuelos a nieta, una relación que debido a eso siempre se ha mantenido unida.

Poco a poco los silencios no resultaron tan incómodos, sino necesarios. Y aunque la conversación no fuera tan vivaz como tiempos atrás, sabía que no podía pedir más. Poco a poco desvié ese tema tan doloroso a otros más superficiales y rutinarios, desde el canario que le regalé a mi madre por su cumpleaños hasta de la universidad en la que estudiaré el curso que viene. Y, en un fugaz instante que solo duró un pestañeo, pude observar una pequeña sonrisa. Una sonrisa entre arrugas, que no conseguía ocultar la tristeza de sus ojos, pero que para mí fue la sonrisa más hermosa que había visto en mucho tiempo. Una sonrisa por un nuevo esfuerzo para volver a vivir, esta vez sola, pero con una fuerza que solos los que la conocen de verdad lo pueden confirmar. Y sé que mi bisabuelo estará allí, viéndola todos los días y mandándole las fuerzas que le faltan para volver a caminar.

Abuelo, nunca olvidaré las conversaciones en el patio en las tardes de primavera, ni olvidaré tu butaca que ahora está vacía en la esquina, ni tu amor por la buena comida, un amor que yo también vivo, ese amor que compartíamos la familia comiendo ese plato de arroz de marisco con el que tanto disfrutábamos. No te olvidaré abuelo.


Aunque sé de sobra que ya nada volverá a ser como antes, te pido que estés con ella y le ayudes superar este dolor, a que poco a poco la rutina la salve de esta espina que se le ha clavado en su bondadoso corazón.

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