Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

jueves, 9 de septiembre de 2010

El mundo de los sueños eternos

La historia que voy a contar hoy no es la típica historia de amor entre doncella y caballero. Es la historia de un amor joven, osado y fresco. Esta historia, la que os voy a relatar, trata del amor apasionado y tímido que sufría un poeta contemporáneo, gran amigo mío, de mozo, por la belleza y soberbia de la nueva prometida del hermanastro que tanto odiaba. Mi amigo, el poeta, hijo de un célebre escritor, comenzó a escribir en una carta frustrada todos los pensamientos y dulzuras que se le antojaban al admirarla. El poeta, ya hombre, separado y vagando por un tiempo por los rincones de España buscando historias como esta, volvió a verla ya mujer y señora de su hermanastro, pero tan joven como la última vez que se encontraron. Dolido por el recuerdo y por el insufrible presente, le entregó antes de su marcha la carta totalmente terminada, dejándole claro su amor. Así decía:

Tu belleza resplandece ante los muertos vivientes como ángel que eres bajado del cielo. El azabache de tus ojos juguetea con hipnotizar veteranos marineros perdidos en las tinieblas de tu corazón. Y tus labios, ¡oh tus labios!, son la miel fresca que todo un enjambre de abejas anhela. Mas no hagas caso de las otras obreras, coge mi alma y te llevaré a la colmena más amplia y limpia. Prueba con el roce de tu delicado paladar el panal que más se te antoje, pues ése será el que prepare para mi doncella.
Y ahora, dejando las abejas, te suplico que me conviertas en tu esclavo, ¡hazlo por favor!, y me emborraches con tu dulce veneno. Te ruego que me pegues, que me maltrates, que sufra por ti, sí, porque estoy seguro de que nunca será mayor que el sufrimiento que cargo ahora al ver en tu frágil cintura las manos robustas y sucias de otro.
¡Qué más da el otro! Si la sangre no compartimos, no compartiremos el amor. Y él no te quiere, no te trata como yo lo haría, y tu encanto no debe de estar encerrado en casa; debe de salir a conocer el mundo. Lucharía con el otro si mi honra no cayera en picado. ¡Vente, vente conmigo y te enseñaré las primaveras que tu cegaste! Deja al ogro y vente con el pobre labrador que te dará los mejores frutos de sus tierras.
Y por último, te pido, te ruego, te suplico, que me ames. Sé piadosa y ama a esta alma herida por un amor no correspondido. ¿Es que no está bien? ¿No está bien que me ames? ¿Es pecado? Yo cometería pecado una y mil veces sólo con merecer tu sonrisa y tus labios por una noche. Y sí, lo confirmo, soy pecador, ¿y qué? ¿Acaso tú me maldecirás con tu don divino? Porque si es así, castígame con tu ira y envíame al infierno, pero hazlo tú. No me importa lo que ponga en el fuego si son tus labios los que están en juego.
Hasta hoy no me he podido quitar de la cabeza el recuerdo de tu cuerpo fértil y fuerte merodeando por mis sueños. Cada noche pienso en llevarte a lomos de mi caballo y escapar juntos a la tierra prometida. Y convertirte en mi esposa. Y ser tuyo. Pero hoy me he dado cuenta de que los sueños sólo se quedan en sueños y tu dedo presume de una nueva alianza. La hinchazón de tu vientre me ha demostrado que ya es tarde. Ya es tarde para enamorarse, para inventar y para creer. Ya es tarde para amarte, ya es tarde para que aceptes mis súplicas y nos escapemos juntos, lo es.
Me da lástima pensar que tú ya has desperdiciado tu vida sin ver el sol que te prometí con tanto sosiego. Perdón, quizás tú solo hayas construido los muros de ella, al contrario que yo. De tantos castillos que hice, la mitad se han derrumbado y me he quedado solo y sin una compañera que comparta mi soledad. No tengo nada. Así que me iré cabalgando y moriré con el orgullo de haber acariciado tu cuerpo en sueños.

Te amaré cuando huya, cuando muera y cuando despierte de nuevo en tus brazos. Simplemente, te amaré como siempre lo he hecho.

La joven, en cuanto leyó esta nota, corrió a buscarlo por el pueblo sin suerte. Deseaba explicarle que lo había esperado para escapar, que nunca había dudado de él y que su amor era correspondido. Pero, días después, descubrió bañada en lágrimas, que él había partido hacia el lugar que le había prometido, hacia el mundo de los sueños eternos. Aquel mundo al que ella algún día iría y diría lo que siempre calló. Así que enterró su cuerpo inerte y se escapó con su hijo a descubrir todos aquellos parajes que prometió a aquel pobre enamorado que dejó todo un mundo por su amor.

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