Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

viernes, 22 de julio de 2011

Caricias de fuego -1-

Le busqué con desesperación en la plaza del pueblo. Traté de agudizar mi vista lo máximo posible para distinguirle entre la multitud. No quería hacerme la idea de que era cierto que no había venido. No podía asimilar que me dejara sola una noche más y que tuviera que recurrir, como de costumbre, a utilizar mi ingenio para construir mi propio mundo ajeno a la realidad. Había soñado tantas veces con este momento que me frustraba mucho ver cómo se me esfumaba entre los dedos de mis manos como el humo del tabaco: vicioso, necesario e hiriente.
Mantenía una sonrisa contenida esperando a que él se cruzara por mi vida de nuevo y enseñarle la mejor de todas. Y así me entremezclaba con la multitud, arriesgando mi último pedazo de esperanza. Conseguí escapar del bullicio, que al contrario que yo, festejaba las fiestas de su pueblo. Como última posibilidad, decidí dar un paseo por los alrededores soñando con encontrarle y regalarle todo mi amor retenido durante esos doce meses.

Cuando estaba dándole la vuelta a una calle  detrás del parque, presentí que un coche me perseguía. Y no me equivoqué. Entonces, me di cuenta de que llevaba haciéndolo desde hacía unos cuantos minutos. Dudé entre continuar andando o volverme al conductor. Opté finalmente por continuar con mi paseo disimulando un poco de miedo. Creo que lo mejor será que vuelva con los demás, me planteé, y comencé a dirigirme nuevamente al punto de partida. Y, de repente, cuando todo lo tenía bajo control, la bocina del coche que aún me seguía, resonó con su pitido ensordecedor y me sobresaltó sin que pudiera evitar dar un ligero salto en la acera. Resignada ya, siendo consciente de que iba dirigida a mí su atención, me enfrenté al conductor pervertido de mala gana.
Los faros del coche me dejaron alumbrada y cerré los ojos como un vampiro. Escuché el rugido del motor frenando a mi altura. Ya que no me daba la luz de frente, abrí los ojos y me asomé a la ventanilla del conductor indignada y cansada.
-Sube, por favor-me suplicó una voz agradable y seductora. Me incliné hacia el coche para conocer la identidad de quien estuviera al volante. Quien fuera, debía conocerme.

No puede ser, pensé con el corazón en un puño cuando lo vi. Era él, ¡era él! Tragué saliva poniéndome en situación a la vez que mi cuerpo temblaba de expectación. Exhalé como si mi alma tratara de liberarse junto a mi respiración. Como supuse, mi rostro no tardó en arder como la madera seca en una hoguera. Nuestras miradas se encontraron. Mis ojos estaban iluminados de forma fantasmal por las luces de los faros y su mirada brillaba de deseo. Deseaba abrazarme, hablarme, besarme y arroparme con sus confesiones de amor. Lo que me preguntaba era: ¿lo desearía tanto como yo?
Mis labios se entreabrieron a la vez que mi cuerpo permanecía contraído. Mis mejillas parecían sangre y mi apariencia era inocencia pura. Nos quedamos así, contemplándonos, observándonos como si los días hubieran pasado como siglos y, sin embargo, nuestro amor no hubiera envejecido. El claxon de otro coche que nos aguardaba con impaciencia más atrás, me hizo ser consciente de que no era un sueño. Esta vez no. Él me invitó con su expresión a que me sentara de una vez por todas en su automóvil e, indecisa, preguntándome qué sería lo correcto, di media vuelta al vehículo y me senté a su lado, en el asiento del copiloto.
Me abroché el cinturón de seguridad mientras no dejaba de estudiarle en silencio. Su rostro perdió un poco de dulzura y se volvió más serio y… sensual. Finalmente desvié mi mirada hacia mi ventanilla y el coche comenzó a desplazarse.
Él mantenía su mirada puesta en  la carretera, tratando de ignorarme. Por el rabillo del ojo, observé cómo los fuertes músculos de sus brazos estaban en tensión, ¿estaría tan nervioso como yo? Me hacía feliz pensar que fuera así.
Tras unos cinco minutos, el motor del coche se detuvo al fondo de un callejón cercano al parque del pueblo pero escondido y oscuro. El silencio me inquietaba y sentía cómo me desesperaba por momentos. Mi garganta seguía seca y era incapaz de proferir algún sonido. En casos así, detestaba el silencio: sólo conseguía dificultar aún más la situación. Decidida, carraspeé con fuerza para que además de diluir el nudo de mi garganta, llamara su atención. Se volvió con expresión arrepentida, como si él tuviera la culpa de todo, hasta de que mi corazón ardiera cada vez que mis ojos lo veían.
-Y bueno, ¿qué hay de ti? ¿Cómo estás?-sonreí lo más que pude quizás demasiado exagerada. Cualquier cosa con darle fin a este calvario…
En ese momento, volvió la mirada al frente a la vez que aferraba con fuerza el volante, tratando de hacerlo pedazos. Me pregunté si habría hecho algo mal. Apretó los dientes con la mirada perdida en el muro de piedra de enfrente.
-¿Cómo me puedes preguntar eso después de tanto tiempo? Deja de decir tonterías. Los dos sabemos lo que está pasando-exhaló profundamente quitándose una carga de encima que llevaría soportando desde hace tiempo. Mi gesto simpático y dulce se borró un poco al comprender que el juego había terminado. Había llegado la hora de sincerarse.
-¿Te refieres a…?
-¿Cómo crees sino que he ido como un loco a buscarte? ¿Por qué te he subido a mi coche entonces? Esto se me está yendo de las manos-escondió la cabeza entre las manos, desesperado. Me sentí mal y pasé mi mano con suavidad por su espalda a través de su camisa azul oscuro.
-Yo también te estaba buscando-traté de consolarlo sintiéndome ridícula. Entonces, él alzó la cabeza y observó mi nuevo vestido blanco y corto. Simultáneamente, dejamos escapar un suspiro.
-Por qué me haces esto…-murmuró para sí con agonía. Como si llorara en silencio.
-¿He hecho qué? ¿Desearte? ¿Quererte? Eso todavía no es un delito-acerqué mi rostro al suyo tratando de regular mi respiración. Tenía ganas de jadear, de llorar, de decirle todo lo que sentía en aquel momento.
-He hecho todo lo imaginable para olvidarte. Pero no, persistes en mi mente. Esto es un infierno, perdóname pero…-coloqué mi índice entre sus labios carnosos y desesperados.
-¿Pero qué? Yo no tengo nada que perdonar. Nadie tiene que perdonar nada. Ha pasado y debemos de disfrutarlo, ¿no te parece maravilloso?-retiré mi índice y le deje contestar. Tomó aire.-Espera, si me vas a decir algo, dímelo con el corazón, por favor.
-Sólo digo que estamos locos. Lo siento, pero creo que si dejamos de llamarnos y de buscarnos, conseguiremos algún día olvidar todo esto y convertirlo en un bello recuerdo-sus hombros se relajaron y clavó la mirada en la palanca del cambio de marchas.
-No me puedo creer lo que estás diciendo. ¿Eso es lo que quieres? ¿Huir? De acuerdo, aunque me duela y deseé morirme, haré todo lo posible por no aparecer y estorbar en tu vida. Así que adiós-hice ademán de salir del coche, incluso abrí la puerta, sin embargo, él me agarró del brazo y me forzó a volver la mirada.
Las lágrimas no dejaban de recorrer el contorno de mis mejillas. Quería detenerlas, pero no podía. Me dolía tanto el corazón que pensé que me iba a desmayar allí mismo. Así él comprobaría mi sufrimiento. Pero no me comprendía. Con su otra mano, acarició mis mejillas secándome las lágrimas a la vez que yo trataba de resistirme en vano.
-¡Suéltame! ¡Olvídame si eso es lo que quieres! ¡Sólo te diré una cosa: te quiero desde el primer día, y ni siquiera he intentado olvidarte por no marchitar aquel recuerdo tan bello que me regalaste! ¡Así que no estropees las cosas!-grité tanto como me permitía mi garganta entre sollozos. Tendría que estar patética con el maquillaje corrido por la cara, pero me daba igual, todo había acabado.
Su semblante se volvió serio y su respiración se hizo más profunda. Y, de repente, como el sueño que siempre había tenido desde que lo conocí, presionó con fuerza sus labios contra los míos. Me agarró la cabeza y me contuvo así, sintiendo el tacto de sus suaves labios. Sintiendo que el mundo se caía bajo mis pies y yo seguía a salvo, saboreando su amor. Después de un momento, cuando la tensión  que reinaba se deshizo, dejé entreabrir mis labios, invitándolo a seguir con nuestra peculiar aventura, a seguir con nuestra historia de amor. La fricción de nuestras lenguas me advirtió de que conocerlo era lo mejor que me había pasado en la vida, de que merecía la pena cada lágrima que derramara por él y cada sonrisa que esbozara. Todo valdría la pena si lo hacíamos juntos.
Después de esos sagrados e inolvidables minutos, separamos nuestros labios con suavidad dejando que nuestros alientos satisfechos se entremezclaran mutuamente. Nos quedamos exhaustos y mudos al probar aquella fuente de magia y placer inagotable.
Él con la mirada perdida recordando el pasado, deslizó su pulgar por mi mejilla a la vez que yo le agarré su mano. Mis labios temblaron de culpabilidad.
-Lo siento tanto… no te enfades.
Sonrió débilmente y besó mis manos con fuerza.
-¿Por qué iba a hacerlo, amor?
Y varias lágrimas se escaparon de mi mirada, directas a estamparse contra mi vestido. Le apreté las manos con fuerza y supe en ese momento que tanto él como yo estábamos empapados de sudor y con el corazón en la garganta.
-No te vayas…-supliqué y rompí a llorar llevándome las manos a la cabeza con desesperación. Él me estudió sin apenas inmutarse, pero pronto sentí sus manos en mi cintura atrayéndome hacia su pecho. Me acomodé en su regazo y rodeé mis brazos alrededor de su cuello.
-No puedo irme, ya no.
Con su índice presionando mis labios, me hizo elevar la cabeza sin prever su inesperado beso. Cerré los ojos enterrados en lágrimas y me dejé llevar por su locura.

Todavía no me lo podía creer. ¿Seguro que no se trataba de un fantástico y maravilloso sueño? ¿Un sueño tan alucinante y mágico que sería una contradicción en toda regla que fuera real? Fuera lo que fuera, él estaba conmigo y ese simple hecho convertía esto en el más perfecto de todos los sueños. Cada caricia suya me subía en un pedestal y cada beso suyo me hacía sentir la ganadora de un poco de su amor. ¿Quién era yo para amarle? ¿Quién era él para amarme a mí? Eso no importaba en ese momento. Éramos dos humanos que habían encontrado cada uno en el otro ese bocado de vida que le faltaba para destruir completamente el sentido de la suya. ¿Qué importaba ya lo demás? Con él me olvidaba de mi nombre, de mi identidad, de mis defectos, de mi pasado e incluso de mi futuro. Él y yo formábamos ese presente eterno que tanto añoraba cuando sólo podía verle en sueños.

Sin dejar de besarle, no podía dejar de pensar en la felicidad que invadía cada poro de mi piel. ¡Ay, Dios mío, si se trata de un sueño, déjame disfrutarlo un poco más! Estaba tan borracha de mi dicha que cuando me di cuenta de aquello, estábamos tumbados en los asientos traseros del coche, él llevaba su camisa abierta y no dejaba de besarme el cuello a la vez que su mano ascendía por mis piernas subiendo mi corto vestido.
-Miguel…-murmuré con incomodidad.
-Princesa, estás temblando. Tranquilízate-me besó las manos y se me quedó mirando con esos cabellos rubios revueltos suyos.
-Es que… aquí… en el coche…-traté de respirar hondo tratando de calmarme y me incorporé en el asiento. Él suspiró y me miró escéptico.
-¿Eres virgen?-murmuró con desaprobación al instante. Traté de replicar e inventar cualquier buena excusa, pero estaba tan bloqueada que mi silenció le sirvió a él como respuesta. Bajé la ventanilla del coche y observando el negro exterior, repuse:
-¿Tan raro es encontrar a una chica de diecinueve años virgen?
-No es eso, cariño. Es que me sorprende que una chica tan guapa e inteligente, vamos tan fuera de lo normal, no tenga esa experiencia-al principio pensé que su intención era burlarse, pero su voz sonaba sincera. Me volví hacia él y le cogí la mano con fuerza, acercándola a mi corazón.
-Si quieres podemos intentarlo… yo contigo me siento segura y también…
-No. Lo último que quiero es que te sientas obligada. Perdóname, de verdad, lo que temo es que pierdas confianza en mí. Perdóname por presionarte, no era mi intención, te lo juro-sus ojos brillaban como las estrellas en esa noche de verano, y totalmente emocionado, me abrazó con fuerza.- Mmm… melocotón. Qué recuerdos. Nunca creí que volvería a oler tu pelo de nuevo. No has cambiado de champú y eso me alegra.
No pude evitar sonreír y devolverle su abrazo con mayor fuerza incluso. Era imposible en ese momento amarle más de lo que ya le amaba. Me sonrojé cuando, en su cuello, volví también al pasado al sumergirme en aquella colonia cuyo frescor me había transportado al más magnífico de los recuerdos.

Con la excusa de la colonia, retomamos una conversación que comenzó allí hace un año. Hablamos de esa semana tan mágica y fugaz en la que nos conocimos. Aquel tinto de verano que me invitó por apoyarle con sus cuadros.  Y de la comodidad que sentía al verme escondida en la galería para no ser descubierta por él. Miguel me habló de todos los museos que había visitado y los premios que había conseguido. Yo me limitaba a escuchar con la boca abierta cada una de sus pequeñas aventuras. Su vida comparada a la mía era toda una montaña rusa, mientras que lo más emocionante que me había ocurrido durante todo el año fue que al final mis padres habían accedido a comprarme un viejo coche de segunda mano.

-¿Y a qué se debe tu visita al pueblo? Me han dicho que este año no hay ninguna exposición… Era por ello que temía que no te volviera a ver-bajé la mirada al reconocer lo mucho que necesitaba verle.
-¿Es que acaso debe haber alguna exposición para ver a la chica que me ha robado el corazón?-preguntó con tono jocoso.
-Como eres un hombre tan ocupado, me extraña que te molestes en perder el tiempo para ver a tal chica-miré hacia el techo del coche a la vez que me rizaba con el dedo un mechón de pelo.
-No me puedo creer que digas eso. Si he venido no es para perder el tiempo. He pensado en descansar una temporada después de un invierno intenso, así que prefiero estar aquí antes que tirado en el sofá comprobando la monotonía de la ciudad.
-¿En serio?-pregunté incrédula. Su afirmación mereció un inesperado beso por parte mía.

Nos propusimos seguir contándonos anécdotas e historias nuestras cuando mi teléfono canturreó con fuerza. Se trataba de un SMS de Pilar, una de mis dos mejores amigas:
“Sandra, vente corriendo para el hospital. Yolanda ha tenido un accidente con la moto y estamos aquí todos en la sala de espera. No tardes, por favor.”

1 comentario:

  1. Muy buen blog.
    A partir de hoy, te sigo.
    Me harias un gran favor siguiendome tu tambien.
    Este es el mio:
    http://paraalimentarmedetisolonecesitotuaire.blogspot.com/
    Te esperoo, un besoo!

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