Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Cuántas estrellas hay en el cielo?

¿Cuántas estrellas hay en el cielo? ¿Un millón, dos millones o infinitas? ¿Y a quién le importa? ¿No es más hermoso contemplarlas sin más? ¿Dejarse llevar por la magia de la noche?

Y ahí estaba yo, tendida en el suelo sonriéndole a la noche. Era realmente consciente de que diminutas piedras se me clavaban en las costillas y que mi cuerpo era carne fresca y débil para miles de insectos. Aquel lugar me invitaba a abandonarlo, y lo sabía muy bien, pero aunque en mi piel quedaran las secuelas encendidas de aquella noche, que ya las estaba empezando a sentir, lo habría vuelto a hacer. Ahí estaba yo, con los ojos bien abiertos, tratando de ver entre los nublos las verdaderas estrellas de aquella velada.

Tiradas con una manta que nos cubría, nos acurrucamos tiritando una abrazada a la otra. El canto de los grillos y el aire fresco de la madrugada me hacía pensar en aquella vida tan simple y sana que pocos conocen. Levanté la mirada y estudié aquel artificial amanecer de la capital que nos robaba un pedazo de cielo que debería brillar y alumbrarnos con su luz oscura y platina. “Estamos tan cerca y a la vez tan lejos”, pensé con tristeza. Pero, ¿quién era yo para decir lo que es el cielo? ¿Lo que es el campo verde?

Pues nadie. Sólo me limitaba a sentirme agradecida y cómoda en ese mundo, cuando no sabía nada. No sabía la mitad de las cosas que sabía ella. Me encogí en sus brazos reconociendo aquella verdad. Sus manos eran fuertes además de la fuerza que emanaba su propio corazón, yo simplemente tenía unas piernas débiles y una mente propicia a olvidar y a desconocer de lo que la vida me ofrece. Era más novata e inculta que ella y lo sabía. Me atormentaba pensar en las preguntas que sacudían mi cabeza cada vez que ella me explicaba lo más simple de su trabajo. ¿Y yo qué le podía ofrecer? Era tan pequeña bajo esa manta de estrellas…

Buscamos la forma de algunos nubarrones hasta que unas gotas de lluvia trataron de amenazarnos. Nos cubrimos más con la manta resistiéndonos a marcharnos. Las gotas se disiparon al instante. Y unas nubes se separaron para enseñarnos lo que esperábamos tomar prestado del cielo: su misterio embriagador.

Vimos aquella estrella deslumbrante y grande con respecto a las demás. Se movía con lentitud y se escondía entre los nublos, pero, aún así, su brillo la dejaba en evidencia. La observamos como dos iguales, como dos entusiastas, como dos desconocidas de lo nuestro. Y contuve el aliento para descubrir que la belleza no se entendía, que no hacía falta conocer para admirar algo que te gusta. Y nos sentimos pequeñas ante esa inmensidad, y fui consciente de que estaba bien hacerlo, porque por muchas decepciones que tengas, por mucho que estudies, nunca dejarás de sorprenderte por las pequeñas cosas de cada día, como la luna y las estrellas; siempre acompañándonos y convirtiéndose en sueños cada anochecer. Y supe en ese momento que nunca era tarde para empezar a interesarse por la vida.

“Estaría bien que pudiéramos ver todo el cielo con nuestros ojos”,murmuró con una chispa de inocencia en su monótona voz. Ladeé la cabeza y miré las estrellas una vez más pensando que estaba bien así, que si lo viéramos todo, destruiríamos parte de esa magia.

Con los ojos clavados en el cielo, rogué por que el tiempo se detuviera y que aquella noche no quedara en un recuerdo aislado. Que siempre estuviera presente en mi corazón, intacta, como si siempre estuviera allí, viéndolas. De esos momentos en los que temes que llegue el día siguiente y el hechizo se rompa. Sin embargo, cambié de opinión y pensé que podría convertirse en un recuerdo simple y bello, de esos que no se rememoran en fotos, de esos que mencionas desde el corazón.

Y aunque mi cuerpo fuera débil y víctima del campo, me sentí totalmente completa y comprobé cómo esas pequeñas cosas de la vida eran las que más te hacían crecer y descubrir. Me sentí satisfecha y, entre sus brazos le di las gracias. Las gracias por comprender y escuchar mis dudas y por enseñarme el resplandor de una parte de su vida.



1 comentario:

  1. Te quiero... se tú misma.. piensa en ti misma, pero sin olvidarte de lo demás, porque la soledad es un mal amigo..

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