Porque las palabras nos hacen distintos a las demás especies.
Porque las letras forman parte de nuestra esencia.
Nuestra alma se materializa en papel y tinta y nos ayuda a revelar nuestras ideas e inquietudes. A través de ellas decidimos, reímos, enamoramos y lloramos. Por eso, cada símbolo que aparece en un papel nos determina.
¿Acaso existe algún otro pasaporte más utilizado y simple que nos lleve a la libertad de nuestros sentimientos?

viernes, 5 de noviembre de 2010

Ocho de agosto

Estudio el almanaque preguntándome qué de especial tendrá este día. Por qué me llena de magia pensar en esta fecha. Ocho de agosto. ¿Qué esconderá este día, qué esconderá este mes? Ojalá pudiera negar que este día significara algo para mí, porque en realidad significa mucho. El recuerdo de aquel día consigue ponerme de buen humor y con un brillo esperanzador en la mirada, pero la nostalgia que me embarga el tiempo que ha pasado desde entonces, hace que los sueños que he mantenido hasta ahora se rompan en pedazos.



Hoy hace calor, mucho. Escribo con el aliento débil y la frente empañada. ¿Será tu recuerdo el que caliente el ambiente? ¿El que provoque esta ola de calor? Ahora me tiemblan las piernas. Te echo tanto de menos… daría todo lo posible por poder repetir aquel ocho de agosto del año pasado, por verte de una vez y dejar el miedo a un lado para que sea tu amor el que me atrape y me guarde en tu corazón tan abandonado como el mío.


No he olvidado ni el más sutil detalle de aquella fecha tan importante que es y será para mí. Recuerdo cómo buscaba tu mirada entre las luces que trataban de darle un color más festivo a la noche, entre las mesas de aldeanos festejando. También recuerdo cómo tus ojos vagaban hasta clavarse en los míos que hacían sentirme la mujer con más dicha del lugar. Cuando tu sonrisa brillaba al verme bailar con tanto esmero sólo para ti. Y, sobretodo, cuando nos decidimos a hablar y fue tu débil beso en mi mejilla el que se quedó congelado para el recuerdo. Fue una noche mágica en la que, por primera vez, sentí que la magia la emanábamos nosotros dos.


Ha pasado un año desde entonces, y por mucho que sueñe con ser tuya, tú no me das el capricho de darme una segunda oportunidad. Lo que más desearía hoy y mañana y pasado sería verte otra vez, porque mi obsesión se resiste a abandonarme sin sufrir su calvario. Con el tiempo he aprendido que todo quedó en un recuerdo más, en un día señalado, en un sueño cumplido. Nada más. Sólo he de decirte que gracias por convertir a una niña en una mujer por una noche y por conseguir que cuando me desperté al día siguiente, todo siguiera igual, intacto, con la magia que tú me regalaste.

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